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Llama a tu puerta

Les hablo del dolor que, como a toda la ciudadanía, nos produce esta situación tan reiterada y frustrante a la vista del escaso éxito policial frente a los incendiarios

Sábado, 23 de agosto 2025, 02:00

Papá, ¿qué son esos huecos pelados que bajan del monte, como rayas del pelo? -Son cortafuegos, para que las llamas no avancen en caso de ... incendio.

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Recuerdo este diálogo como si hubiera sucedido esta misma mañana. El lugar, la montaña de León, muy cerca de los límites con Asturias de los puertos de Tarna y San Isidro que acaban confluyendo en Puebla de Lillo, en cuyo entorno, mi padre veraneo casi toda su vida. Él, que nunca abdicó de su naturaleza allerana, conocía aquellos montes y sus ríos y arroyos igual o mejor que el interior de su casa. Nos hizo a su prole recorrer esos parajes, para él tan queridos, y amar el encuentro de la Asturias cismontana y la trasmontana.

Veranos al margen, las relaciones de amistad y alguna platónica, me metieron aún más en el alma a la tierra hermana, que ya sentí definitivamente mía en los dos períodos en que di clases en el campus universitario de Vegana. Y hasta hoy, que no pierdo ocasión para acercarme a esta provincia a la que, en buena proporción, sus habitantes desearían ver desgajada, en términos políticos, de la vieja Castilla. Pienso –y me repito– que una respetuosa entente con Asturias habría sido algo más que interesante y cargado de rigor histórico y cultural. Pero eso son sueños y llevamos despiertos más de cuatro décadas.

¿Por qué esta confesión sentimental, de nulo interés para el lector? Evidentemente, por el tema de los incendios devastadores que nos vienen asolando y que, como los ríos y las lenguas, no entienden de límites administrativos. No sé si es verdad que el descuido forestal conlleva la disminución de cortafuegos en los montes.

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Es cierto que yo, por donde me muevo normalmente, el occidente astur, veo menos, pero no tengo suficientes elementos de juicio, máxime ante la cantidad de hipótesis que se manejan por tantas hectáreas calcinadas. Pero sí quiero reafirmar que, con independencia de que haya podido haber una gestión manifiestamente mejorable de este drama allende el Pajares, las llamas de León también llaman a la puerta de mis sentimientos y preocupaciones. No puede haber ni sombra de duda de que estamos con nuestros vecinos, su patrimonio público y privado y la riquísima flora y fauna arruinadas por el fuego.

Se está cometiendo un error jurídico brutal: una cosa es la competencia de prevención y extinción de incendios, que es de las comunidades autónomas y municipios de más de 20.000 habitantes y otra la supraterritorialidad del fuego, donde no se puede mirar a la letra de los Estatutos de Autonomía. Donde, por cierto, se habla de exclusividad atributiva, cuando en todas las instancias territoriales existen competencias en materia de protección civil incluida, desde hace unos años la Unión Europea.

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Hace pocos años escribí un libro sobre los poderes públicos ante el fuego, aunque deliberadamente excluí los incendios forestales, ya muy tratados por la doctrina. El fuego es muy importante también en las ciudades, donde justamente se desarrollaron los primeros seguros en relación con los incendios que pudieran producirse y los daños a indemnizar.

Seguros que pronto se extendieron a los festejos con fuegos artificiales en estos días tan peligrosos e incluso a los penosos espectáculos de toros embolados. Pero no vengo a hablar de mi libro, sino del dolor que como a toda la ciudadanía nos produce esta situación tan reiterada y frustrante a la vista del escaso éxito policial frente a los incendiarios.

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La sensibilidad y solidaridad tienen que extremarse. Porque tengamos la fortuna de que no nos llegue el fuego ni tengamos nada que perder ante su expansión, no podemos cruzarnos de brazos. Tampoco en Asturias ha habido una erupción volcánica o una riada como la de Valencia, aunque en este último caso sí tengamos precedentes históricos iguales o peores.

Termino como empecé. Que las llamas llamen a la puerta de nuestros corazones.

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