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Males que reportan bienes

Domingo, 23 de noviembre 2025, 01:00

Mientras asimilo y escruto la sentencia del jueves, condenatoria del Fiscal General del Estado , como hago siempre antes de opinar, por más que me resulte ... jurídicamente incomprensible lo que una lectura apresurada o por encima pueda provocarme, sí me atrevo a avanzar que pese a los fastos del medio siglo de la muerte del Dictador y al mucho canto a las libertades recuperadas, hay cosas que no van bien en este país y que son basales para su mantenimiento como democracia. Las faltas de respeto en los debates parlamentarios no son una pulla al rival, son un desprecio a los votantes que, creo, esperamos otra cosa de los padres de la patria. Aunque quien no tiene otra cosa que lengua no puede ser sino un deslenguado. Habrá groseros y zafios con cierto sentido del humor –igual que hay chistes verdes o marrones que nos suscitan una sonrisa, pero no dejan de ser patanes por ello–.

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No espero un Castelar o un Besteiro. Ni un Gómez Llorente; pero sí a señoras y caballeros con formación, decoro y, por supuesto, honradez. Quien se consuele pensando que en las filas rivales hay más ladrones que en las propias es un verdadero energúmeno con cerebro de mosquito. El sistema parlamentario se asienta, justamente, en la posibilidad de relevo entre propuestas disímiles, no entre tipos del Código Penal. ¿O tan poco queremos la libertad que, se dice, empezó a recuperarse hace cincuenta años?

Tengo la impresión de que en el subconsciente de muchas personas politizadas –en el peor sentido del adjetivo–, están arraigados refranes como 'cuanto peor, mejor' o 'no hay mal que por bien no venga'. O sea, benditos los males de un gobierno (nacional, regional o local), aunque nos perjudiquen, porque 'los nuestros' van a ser el ave fénix que remonte el vuelo desde las brasas o la escoria.

Este sentimiento, tan extendido, no debe confundirse con el sentido positivo, incluso estimulante, de alguna experiencia negativa. Yo recuerdo haber tomado decisiones en los estudios inicialmente equivocadas y que hoy reputo muy importantes en mi formación. Por ejemplo, dándoseme mejor las Letras, hice un bachillerato de Ciencias, que me costó en alguna asignatura, pero que el tiempo me demostró que había sido una opción excelente y vitalmente tangible hasta el punto de trasmitírsela a mi hijo, profesional de la matemática. Igualmente, cuando convalidé mi licenciatura española en Bolonia, escogí, entre las opciones, una asignatura muy dura, frente a otras más 'marías' o más próximas a mi formación inicial. Sufrí no poco, pero volví a España conociendo la tributación de una Europa en la que aún no habíamos entrado.

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Todos lamentamos cosas tentadoras que nos sedujeron en la vida y que fueron verdaderos fiascos laborales o intelectuales (por no hablar de las personales). Pero, como he señalado, también ocurre lo contrario. Es el juego del acierto/error; muchas veces impredecible como una lotería o un cara y cruz. Todos erramos y no sólo los humanos, como atribuye la sentencia tanto a Cicerón como a Séneca y hasta a San Agustín. También se equivocan los animales abandonados que ciegamente se han entregado a quienes los traicionan y condenan a una muerte casi segura. Perseverar en el error será diabólico, como decían los clásicos, pero también es humano, Es lo de tropezar con la misma piedra. Y eso me parece que nos está ocurriendo en esta querida España, donde hasta un desacreditado rey emérito se atreve, como los más obtusos nacionalistas, a reinventar la historia a su gusto y tacto.

No me encuentro cómodo en esta coyuntura política, larga, por más que los avances sociales y la economía en auge nos pinten de color de rosa el futuro inmediato. Creo que el camino hasta 2027 va a ser un verdadero pedregal al que ahora se ha unido con fuerza la corrupción desbordada y el cambio del ruido de sables por el revuelo de togas con muchas puñetas.

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¿Que puede haber sentencias erróneas? ¿Que puede que los errados seamos los que así lo vemos? Pues sí, evidentemente. Pero, ya que he aludido a dichos y refranes conocidos, no me consuela pensar en que las aguas de las instituciones constitucionales vuelvan a su cauce pacífico y enriquecedor a no tardar –aunque no lo crea–, dado que más vale tarde que nunca y no hay mal que cien años dure.

De la misma manera que si se condena inicialmente a quien puede no ser culpable, dos tribunales más tarde se le declare inocente por aquello de que, a la tercera, va la vencida.

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