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Todos somos un poco 'subecarros'

Lo pensaba en la semifinal femenina contra Alemania y su agónica prórroga: si Coll o Bonmatí hubieran fallado, ¿no se desinflaría para muchos esta bendita fiebre por el fútbol practicado por mujeres? Ojalá que no

Sábado, 26 de julio 2025, 02:00

Especialmente en el mundillo futbolístico y en las redes, donde se suele desahogar, con mayor o menor mesura la hinchada de los equipos, ha entrado ... con fuerza el palabro 'subecarros'; una suerte de contracción de subirse al carro vencedor o, usando un viejo refrán: «Arrimarse al sol que más calienta». En el caso del balompié se trataría de los aficionados de conveniencia, que se suman a un proyecto cuando hay éxitos y abandonan al equipo o, incluso, cambian de chaqueta, cuando vienen mal dadas.

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Pero vamos a ver que este término puede abarcar más situaciones que la que acabo de citar. No me resisto a contar, previamente, que, dado que la Real Academia Española lleva al diccionario cada vez más vulgarismos, incluso efímeros, me cercioré de que 'subecarros' no tuviera aún la bendición de tan docta institución. Y, creo que, por fortuna, no la tiene por ahora.

En ese momento, moderno yo, pregunté a la Inteligencia Artificial, tanto a ChatGPT como a Gemini, y todavía me estoy riendo de las tonterías que me encontré en esas aplicaciones que intentaban convencerme de que podía ser algo así como encaramarse a un carro de bueyes del país. Ricé el rizo con preguntas y el suspenso a la IA fue de cero patatero. Quizá en estos días se haya enterado de lo que va el asunto, porque, si no, lo recomendaba como terapia contra la pesadumbre.

Volvamos a los deportes. Cuando hay éxitos, es lógico que se produzca una atracción personal para seguir una competición, sincera o interesada (como posiblemente le haya ocurrido recientemente al alcalde de Oviedo). Y eso tiene un efecto positivo cuando hablamos de modalidades mucho menos seguidas que el fútbol y que, normalmente en localidades no tan grandes como Madrid o Barcelona, generan ilusión y entusiasmo por el equipo del lugar. Pasa en muchos sitios con el éxito en baloncesto, hockey, balonmano u otros juegos colectivos, tanto ya en escuadras masculinas o femeninas que, pese a las escasas financiaciones, convierten ese deporte en seña de identidad de una ciudad o villa. Es normal. Y es humano, hasta cierto punto, que cuando ese equipo flojea o incluso desaparece, el fervor vecinal se disuelve como un azucarillo.

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Incluso, a nivel general, las modas del seguimiento de una modalidad están vinculadas a los éxitos de deportistas españoles y, aún más, si son de tu comunidad. ¿Quién no recuerda las noches en vela para disfrutar de los triunfos de Fernando Alonso; la emoción despertada por Samuel Sánchez o Pablo Carreño o, para los ya veteranos, las proezas del Tarangu? Repito: es normal; se trata de tener un referente que ilusione, incluso con un punto de orgullo nacional y que multiplique los adeptos garantizando el futuro de ese deporte.

Con éxitos constantes, todos nos subimos al carro, como está viéndose en el auge de los equipos femeninos. Pero bastaría un par de descalabros seguidos para perder el entusiasmo y desertar, con el consiguiente efecto, casi letal, para la modalidad que deja de ser puntera o representativa de una población.

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De niño recuerdo los veranos en la montaña leonesa, siguiendo en familia y por transistor, las escaladas de Bahamontes o Julio Jiménez en un Tour que, sin estos grandes y singularmente Indurain y otros destacados ciclistas españoles, pierde audiencia televisiva, que se recobrará cuando aparezca otro Ocaña o Perico Delgado.

Repito, que es normal. A los seguidores no se les puede exigir la paciencia del Santo Job cuando no tienes un ídolo en la competición. Igualmente recuerdo, también en la infancia, la Copa Davis frente a Australia –dos finales– con Santana y otros grandes tenistas. Una modalidad donde hemos mantenido, hasta el presente, casi siempre, niveles excepcionales; caso significativo últimamente de Nadal y ahora Alcaraz o Paula Badosa.

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Hay deportes que, para los aficionados generalistas, son como el Guadiana y emerge la expectación en mundiales u olimpiadas. A veces, sin continuidad, como en su día ocurrió en el esquí con los Fernández Ochoa. Pero incluso cuando nos emocionamos viendo una final de hockey o waterpolo donde compite España, a los cuatro días nos hemos olvidado, en gran medida, de esa modalidad. Y, la mayoría, nos refugiamos en el fútbol, por más que los disgustos nos tengan desilusionados hasta que vuelva, Dios sabe cuándo, una buena racha.

Lo pensaba también el miércoles, en la semifinal femenina contra Alemania y su agónica prórroga: si Coll o Bonmatí hubieran fallado, ¿no se desinflaría para muchos esta bendita fiebre por el fútbol practicado por mujeres? Ojalá que no, que sea ya una conquista 'estructural', ajena al imán del carro vencedor e inmune a los reveses lógicos de la vida y del mundo competitivo donde los mejores no siempre ganan. Pero si mañana las chicas de nuestra paisana Montse Tomé derrotan a Inglaterra, muchísimo mejor.

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