La provincia y un 30 de noviembre
En 1833, Javier de Burgos y sus asesores corrieron el límite entre La Montaña –que pasó a ser provincia de Santander– y nuestra tierra desde el río Cabra hasta el Deva. Las Peñamelleras y Rivadedeva pasaron a formar parte de la provincia de Oviedo
No se cumple mañana ningún aniversario de cifras redondas, porque el hecho se produjo en 1833, apenas fallecido el nefasto Fernando VII, bajo la regencia ... de María Cristina de Borbón; pero la división provincial debida a Javier de Burgos, primer titular de la cartera de Fomento (y también traductor de Horacio), supuso un cambio en la estructura territorial de España que merece ser recordada y singularmente en Asturias.
Publicidad
Aquella división modernizadora, que subsiste, era un deseo ya impreso en la Constitución de Cádiz, bajo cuya vigencia, en el Trienio Liberal, había llegado a abordarse la provincialización en 1822. Por lo que toca a Asturias, el Principado y su Junta General desaparecen –al menos nominalmente– y se delimita la provincia de Oviedo, creándose poco después la Diputación provincial. Hasta una Ley de 5 de abril de 1983, no se recuperó la denominación –estatal– de provincia de Asturias; pero, para entonces, ya se había recuperado la Junta General del Principado en el Estatuto de Autonomía del Principado.
El presente lo conocemos y esa dualidad provincia-Comunidad Autónoma, que se da en más territorios españoles, es algo asumido y que se observa en la cartelería de carreteras en cuanto entramos en Asturias desde Galicia, León o Cantabria. Pero la división del 30 de noviembre de 1833, trajo algo muy importante, que apenas se recuerda en los concejos más orientales de este Paraíso Natural (en plena conmemoración de los 40 años de tan acertada identificación, no sólo turística). Y es que, desde entonces, la integridad territorial de Asturias no ha variado, porque Javier de Burgos y sus asesores geógrafos e historiadores, corrieron el límite entre La Montaña –que pasaba a ser provincia de Santander– y nuestra pequeña patria, desde el río Cabra hasta el Deva. Una restitución, se entendía, después de siglos, con divisiones confusas e incluso alegales. En suma, que las actuales Peñamelleras y Rivadedeva pasaron a formar parte de la provincia de Oviedo. Y hay crónicas, posiblemente interesadas, que hablan de fastos de satisfacción por tal hecho, materializado un año más tarde.
Escribo esto –y perdón por la impudicia–, porque algo tiene que ver esta restitución con mi genealogía, como ya escribí en otra ocasión para un libro sobre Peñamellera Baja. Un concejo del que recibí parte de mi sangre y al que quise, de niño, antes incluso de conocerlo, tanto por la historia familiar que, vagamente, recordaba mi padre, como por mi afición infantil a leer, todas las primaveras, el parte salmonero en el que –corrían mejores tiempos para la pesca– en Panes se precintaban a diario muchos y buenos ejemplares de nuestro rey fluvial. Ese desastre, con tan poco acierto en la recuperación de la especie, debe dolernos a todos. Aunque no seamos furibundos ambientalistas… ni pescadores.
Publicidad
Tengo, en efecto, una línea familiar que arranca de Colosía, a las afueras de Panes, donde nació mi bisabuela Juana, sus padres Manuel y Manuela y los once hermanos que compartieron con ella casa y emigración. De lo que hoy es Peñamellera Baja era toda su familia, al menos desde finales del siglo XVII. Mi bisabuela, apellidada De la Vega Gómez, fue una persona humilde nacida en un ambiente tan rural como pobre. Sin embargo, sin ella ni sus progenitores pretenderlo, fue una de las primeras asturianas del concejo. Como es sabido, Fernando II segregó en 1230 el Valle de Peñamellera de las Asturias de Oviedo para unirlo a la merindad de las Asturias de Santillana. La situación no fue modificada en los primeros intentos de división provincial, en 1814 y 1822, que cerraban Asturias en el río Cabra, pero sí con la reforma administrativa de 30 de noviembre de 1833. La reincorporación a Oviedo, con cuyo obispo no se habían perdido los lazos, fue celebrada –ya lo he dicho- con alborozo por los vecinos de esta Asturias ultraoriental, según cronistas de la época. Las nuevas demarcaciones se materializaron en 1834 y mi bisabuela vio la luz en 1835. Algunos de sus hermanos nacieron montañeses, pero ella nació asturiana para vano orgullo de sus descendientes, pues a decir verdad todas las patrias son igual de dignas y la nobleza de un pueblo no cambia porque un Decreto lo adscriba a una u otra capital de provincia.
En Colosía, donde Aurelio del Llano aún captó una arruinada torre medieval en el poético año de 1927, la vida debió de ser muy dura para una tan numerosa familia y, justo en el ecuador del siglo XIX, mis tatarabuelos decidieron emigrar a Cuba llevándose consigo a toda su numerosa prole. No volvió ninguno. Ninguno, salvo Juana que se casó en La Habana con un tal José Tolivar Arias, llegado también en este caso desde Grado, a probar fortuna en una isla que aún era española. No sólo contrajeron matrimonio, sino que, además, les tocó la lotería y no dudaron en regresar a la Asturias que añoraban con los ojos de la niñez, donde criaron hijos y volvieron a hacerse pobres. Sin esas circunstancias no estaría yo aquí escribiendo estas líneas, para mí sentidas, pero de nulo interés divulgativo. Mi padre me hablaba de su abuela Juana, a la que sólo conoció a través de un retrato y por los recuerdos de la generación intermedia. Murió con 63 años, curiosamente en 1898, como si su corazón no hubiera podido soportar el desgarro de la guerra de Cuba.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión