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Gaspar Meana

Querencias y raptos de Europa

Sábado, 16 de agosto 2025, 21:36

En la mitología, Zeus, nada menos, vio que Europa, la hija de Fénix, recogía flores en un prado verde, como los nuestros, acompañada de ninfas ... y quedó flechado. Hasta el punto de bajar del Olimpo y transformarse en toro, no para ser llevado a El Bibio, sino para cautivarla con un sorprendente aliento de azafrán, lo que ya es imaginación. El viaje aéreo a Creta y la descendencia de Europa ya me interesan menos en este comentario. El gran poeta Ovidio cuenta como Europa, virgen, se agarra a los cuernos del Zeus vacuno y se atreve «ignorante de a quien montaba» a sentarse en los lomos del toro volador.

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Yo no quiero que el servilismo hacia América o la insensibilidad hacia lo que ocurre fuera del perímetro de la Unión nos rapten a la Europa unida y social. Ni que se vaya al imposible el toro, ni nuestras tradiciones y economías agropecuarias. Mantengamos el realismo y el ideal con el que se superaron los desgarros de la Segunda Guerra Mundial.

Parece mentira que en un país como España, que a tantos de sus hijos tuvo que enviar más allá de los Pirineos por razones políticas y luego laborales, a veces hablemos de Europa como algo extraño, respetado, pero poco íntimo. Nuestro sentido identitario parece colmarse con la pertenencia a un pueblo, a un concejo, a una comunidad de rasgos marcados, como es la asturiana o al sentimiento nacional, en nuestro caso poco patriotero, aunque se evidencie muy singularmente en las competiciones deportivas internacionales. Pero Europa somos nosotros, no es una estructura a la que se ha llegado tras un largo periplo mendicante y del que las jóvenes generaciones no tienen más noción que la fría derivada de los libros de texto. Tras cuarenta años en la estructura de lo que hoy es la Unión Europea, muchos jóvenes saben de los derechos que confiere la pertenencia a estas comunidades continentales, especialmente cuando se valen del programa Erasmus. Pero estas convivencias recíprocas de los estudiantes universitarios en otros países europeos no es solo la manifestación de que no hay fronteras para el estudio y la diversión o el conocimiento de otro estudiantado distinto del de su Facultad de origen, con el que a menudo se forman relaciones profundas y casi imperecederas. El verbo salir que aún utilizan los estudiantes y sus padres para referirse a una estancia de un curso en otro centro universitario fuera de España, no es exactamente acertado porque no se sale de Europa, sino que se transita por Europa con todos sus derechos y garantías, incluidas las sanitarias y tuitivas de los derechos de toda la ciudadanía europea en condiciones de igualdad.

Esta juventud, sin duda muy solidaria con las catástrofes bélicas, las hambrunas y hasta las actuaciones genocidas, puede sentirse lo que es más que comprensible y hasta encomiable, decepcionada con el papel de las instituciones europeas en Gaza Ucrania y tantos otros lugares del orbe, donde nuestras estructuras continentales parecen estar en una posición secundaria y subordinada a las ocurrencias del imperio norteamericano y sus atrabiliarios mandatarios. Esos con los que los representantes de la Unión están ofreciendo un perfil muy bajo en el penoso y gravoso asunto de los aranceles, donde tal parece que es un éxito minimizar el maltrato.

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Pero Europa está concebida como una democracia, mejorable, pero sin que sea de recibo el hablar genéricamente de una infrarrepresentación y participación política.

Es curioso que quienes más aluden al sentimiento identitario europeo son los nacionalistas que quieren prescindir del escalón estatal sin reparar en que, fuera de España estarían también al margen de la bandera azul de doce estrellas, por más que la quieran exhibir.

Repito lo dicho al principio, que no nos rapten Europa, que no nos lleven los euroescépticos y los enemigos interiores y externos de la Unión a situaciones de ruptura tan lamentables como el Brexit, o a un freno a las pretensiones federalistas de las naciones de Europa. Quiérase, o no, los errores y carencias de las instituciones europeas son nuestros y si queremos revertirlos debemos hacer lo mismo que con un ayuntamiento mal gobernado o una comunidad con políticas erráticas. Y eso exige también, hay que reconocerlo, la propiciación de debates entre la ciudadanía y los colectivos económicos, sociales o educativos de los distintos países. Es mucho más frecuente escuchar críticas a las políticas nacionales de enseñanza que a los pilares en esa u otras materias, levantados en el continente. También la crítica nos hace más europeos. Y motivos hay sobrados para debatir y trasladar a nuestros representantes en el Parlamento Europeo no sólo las reivindicaciones sino nuestros razonamientos y juicios sobre lo que está mal y debe corregirse. Pero que no nos rapten a Europa, que es nuestra. Y el toro y los sectores agropecuarios tradicionales, también. Nada de vuelos fantásticos.

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