Rescates de toda suerte
Digo yo si esos 71.833 millones que, según el Banco de España, succionó el sector crediticio y que sólo mínimamente se reintegraron, no sería momento de devolverlos para ayudar a paliar esta desgracia exorbitante
En estos días tan desoladores, una de las palabras más escuchadas, especialmente cuando se sabía que entre escombros, ruinas y anegamientos había muchas vidas, ha ... sido la de rescate. Rescatar de la muerte por rescatadores heroicos. Como suele ocurrir, especialmente en los seísmos, en circunstancias milagrosas se han hallado personas aferradas a la supervivencia y a la esperanza en la grandeza de no pocos luchadores contra la catástrofe. Vaya para ellos mi reconocimiento no exento de emoción, porque algunas imágenes son sobrecogedoras, y las pérdidas humanas, de un dramatismo indescriptible.
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Pero si ha habido en muchos casos suerte y justa compensación al sacrificio de los rescatadores, merece la pena desgranar otro tipo de rescates no tan benéficos y edificantes. Todos sabemos lo que supone pagar un rescate. La delincuencia más vil que secuestra a personas para chantajear a sus próximos o, incluso, a las instituciones, como no hace tanto padecíamos a cuenta de los terroristas que, de no conseguir lo pretendido, culminaban su proeza descerrajando un cargador a pobres inocentes. Delincuencia común –¿quién no recuerda el episodio de Quini?– y crimen de bandas armadas se dan la mano repulsivamente. Recuerdo los crímenes etarras –alguno abortado– o los sucedidos fuera de España por otros grupos criminales. No olvido el secuestro de Aldo Moro y su final, porque acababa de llegar yo a estudiar a una Italia descompuesta por la situación.
Curiosamente, en mis clases he explicado estos días, en un tono aséptico y puramente legal, el rescate de las concesiones; un mecanismo expropiatorio para hacer retornar la utilización o explotación directa a la Administración, indemnizando al concesionario que no ha agotado su plazo de disfrute negocial. No pocas veces he visto en el alumnado, como con tantos términos jurídicos –otro es, justamente, 'secuestro'– caras de extrañeza, por no hablar de los latinajos.
En Asturias, las brigadas de salvamento minero, ya fundadas en 1912, son una seña de identidad del valor y la solidaridad del paisanaje de esta tierra y de la durísima actividad extractiva. Actualmente, hasta hay una Federación de Salvamento y Socorrismo. Es normal, con estos antecedentes, que de nuestra región partieran para Valencia grupos admirables de luchadores contra la tragedia. Contingentes humanos donde no han faltado tampoco los perros, justamente cuando no pocos animales domésticos habrán perdido también la vida.
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Hay perros rescatadores y canes y gatos rescatados, normalmente a cargo de organizaciones animalistas que se dedican a salvar mascotas de la calle, abandonadas –las más de las veces– o desorientadas. A estas personas, sin duda por influjo del castellano de América, se las llama 'rescatistas' y sin duda realizan una gran labor social más allá de las legislaciones al uso, no siempre acertadas ni solucionadoras de problemas.
Volvamos al escenario del drama levantino. Antes de que se nos dijera el número de desaparecidos –se tardó mucho–, creo que con cierta frivolidad, inicialmente, en los pedimentos autonómicos, empezaron a barajarse cifras para reconstruir la zona e indemnizar a los damnificados y familiares de víctimas. Vistas las imágenes y escuchados los testimonios, lograr una mínima indemnidad de los dañados y una restauración de los paisajes urbanos costará lo que ni los Presupuestos Generales –tan en cuestión estos días– ni el Consorcio de Compensación de Seguros pueden calcular. Partiendo de que hay bienes, como la vida, que nunca pueden compensarse con dinero, por más que los baremos de los seguros puedan valorar hasta las alas de un arcángel. Y no exagero.
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Se necesitará muchísimo dinero. Público y privado, aunque el dinero público sale de la carga impositiva de todos nosotros que, para casos tan extremos, aportamos de forma decidida. Pero también del pueblo llano, incluso no siendo impositores, salió el rescate de la Banca. Digo yo si esos 71.833 millones que, según el Banco de España, succionó el sector crediticio y que sólo mínimamente se reintegraron, no sería momento de devolverlos para ayudar a paliar esta desgracia exorbitante. Me parece bien que algún potentado o alguna entidad de este ámbito haya realizado donativos, o incluso que alguna persona de posibles haya cogido el rastrillo y el caldero. Todo apoyo, incluso moral, ha de ser bienvenido. Pero aunque la cantidad del rescate pueda resultar insuficiente, creo que es hora de retornarla y dejar de sacar pecho con las cuentas de resultados escandalosas o abstenerse de ir de plañideras cuando la millonada es algo inferior a la del ejercicio pasado.
Lo dicho: hay rescates de todo orden y no todos son buenos y debidamente agradecidos.
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