Lucrezia Borgia redimida por la voz
CRÍTICA DE 'LUCREZIA BORGIA' EN LA ÓPERA DE OVIEDO ·
La interpretación de la soprano canaria Yolanda Auyanet provocó una de las más cerradas ovaciones en el Teatro CampoamorAla 'Lucrezia Borgia' representada en primera función el martes en el Campoamor, no la salva moralmente el amor de madre, como sugiere el drama de ... Víctor Hugo en el que se inspira Donizetti, ni el ambiente perverso, machista y opresivo en el que vivió, como se propone en la concepción escénica de Silvia Paoli. A la 'Lucrezia Borgia' la redime el canto en la hermosa voz de la soprano Yolanda Auyanet. No deja de ser paradójico que el aria final que canta Lucrezia, justo antes de bajar el telón, 'Era desso il figlio mio, la mio speme, il mio conforto' (Era mi hijo mi esperanza y mi consuelo), es un añadido que Donizetti tuvo que componer, una vez terminada la ópera, por imposición de una famosa soprano de su época, Meric Lalande, que no quería abandonar la escena sin cantar su aria final. Ese morir cantando con el que Yolanda Auyanet sobrevuela al coro para cerrar, con emoción contenida sobre notas tenidas, largas, prolongadas y penetrantes, después de mil florituras vocales, provocó una de las más cerradas ovaciones del Campoamor.
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'Lucrezia Borgia' se salva por la música, empezando por la precisa y esforzada dirección musical de Yves Abel al frente de Oviedo Filarmonía. Complicidad con la orquesta, sutileza en los matices y unos tiempos cómodos para los cantantes fueron algunas de las cualidades del maestro canadiense. Un Donizetti desde la orquesta funcional, pero también descriptivo, especialmente en el acto II, con un buen empaste de madera y metal. El coro, casi siempre de voces graves excepto la coda de la escena final, transformado en un coro mixto, impecable tanto en la afinación y la sonoridad de conjunto, como en la leve acción dramática cercana a los números de ópera bufa, por la que protagoniza, junto a Mario Méndez, el inicio del acto I. Como los buenos coros de ópera, canta y actúa. Esa altura interpretativa la mantuvieron también los numerosos cantantes secundarios, desde Robert Mellon -el barítono neoyorkino interpretó el mes pasado en Oviedo el papel de Marcello, de 'La bohème'-, en el rol de Gubetta, el sicario de Lucrezia, a Mario Méndez, que pinta a Rustighello con una innegable vis cómica.
Silvia Tro Santafé, realza el papel de Mafio Orsini. Incluso, a pesar de lo mal que le sienta, al igual que a Gennaro, la camisa negra del fascio, humaniza, gracias a su rol este papel. Mezzo de tesitura homogénea, sube al agudo sin dificultad -por ejemplo, en la balada 'Il segreto per esser felice'- y emite con potencia y color metálico las notas graves. Al igual que su amigo del alma Gennaro (Celso Albelo), la concepción escénica de tintes rudos de Paoli no favorece aspectos como la ternura, la generosidad y el amor característico de este personaje. El bajo barítono Roberto Tagliavini interpretó el papel de Alfonso d'Este con fuerza vocal. Posee unos graves rotundos de bajo y un timbre brillante de barítono. El tenor Celso Albelo interpretó escénicamente a un Gennaro desvirtuado y dubitativo y vocalmente, correcto, aunque esperábamos una interpretación, especialmente en los duetos con Lucrezia, más relevante. En los duelos entre canarios, ganó la canaria.
Parte del público - y no una minoría- pateó la dirección escénica de Silvia Paoli. Personalmente, pienso que, a pesar de la fealdad y crudeza del escenario y la manera absurda de desvirtuar la personalidad de los principales personajes, la arriesgada concepción de Paoli es, conceptualmente, bastante clara. La cosificación del mundo femenino, con mujeres sin cara; la maldad y los abusos que envuelven la vida de Lucrezia, desde que jugaba de niña con la túnica roja de su padre el Papa Alejandro VI, a su embarazo en la pubertad, hacen de la Lucrezia de Paoli una res propicia al sacrificio en un matadero. Una idea sugerente, que naufraga en una realización con demasiados claroscuros.
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