Próximamente una persona, muy querida por mí, deberá de enfrentarse a un examen para obtener la nacionalidad española. La prueba, llamada Conocimientos Constitucionales y Socioculturales ... de España, está convocada por el Instituto Cervantes, cumpliendo con el mandato que le encomienda el Ministerio de Justicia.
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Esta mujer casada, desde hace cuarenta años, con un ciudadano español y madre de una hija y un hijo también españoles tiene que pasar una prueba en la que, en 45 minutos, debe de responder a 25 preguntas relacionadas con la Constitución de nuestro país y con la realidad social y cultural de España. A esta persona, y a todas las que quieren obtener la nacionalidad española, se les exige tener un alto conocimiento acerca de la geografía, la historia, la cultura, la política y la sociedad, ya que para aprobar necesitan responder correctamente a 15 preguntas de las 25, es decir un 60%.
No se me ocurre cuestionar ni el formato ni el criterio seguido por el Instituto Cervantes para materializar el examen, pero no deja de llamarme la atención la cantidad de errores que cometen, cuando se les pregunta, quienes son españoles desde la cuna, lo que los llevaría a perder la nacionalidad si el único criterio para conservarla fuese superar la prueba.
Ante esta realidad no soy capaz de obviar una reflexión, ahora que tan de moda está reivindicar la españolidad desde banderas y pulseritas por una parte y vacuos discursos por otra y saber cuál es el conocimiento real de esta España nuestra de quienes unos y otros se la quieren apropiar a toda costa.
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Espero que aprueben el examen y, sobre todo, que los nuevos españoles, utilizando las palabras de Salvador Espriu, acaben amando «además con un desesperado dolor/ esta mi pobre/ sucia, triste, desgraciada patria».
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