En nuestro país, el procedimiento de elaboración de las leyes ha pasado históricamente por diferentes etapas, pero siempre ha procurado basarse en un sistema con ... coherencia, rigor y con el objetivo de generar buenas leyes.
Publicidad
Un derecho como el español, que aún hoy hunde sus raíces en el romano en muchos aspectos, había ido evolucionando de forma en general sosegada, con los ajustes necesarios para adaptarse a la evolución de la sociedad.
Sin embargo y desde hace años, estamos experimentando una especie de aceleración de la actividad legislativa que muchas veces provoca consecuencias negativas.
Se sustituyen los principios de necesidad y oportunidad jurídica por los de urgencia y oportunidad política, se legisla al peso, y sin rigor añadiendo capas de normativa en muchas ocasiones inútil o incongruente.
Se ha instalado la costumbre de abordar los debates sobre los asuntos más delicados con un enfoque equivocado. En lugar de utilizar el diálogo como camino para encontrar las mejores soluciones, se debate de forma simple. En lugar de tratar a la sociedad como adulta trasladándole información veraz, se la infantiliza con mensajes prefabricados, y, tras palpar el sentimiento mayoritario sobre cada cuestión, se evita actuar en contra para esquivar costes políticos.
Publicidad
Y en no pocas ocasiones esto afecta también a la forma de legislar, haciéndolo a rebufo de esos sentimientos en lugar de con el sosiego y el rigor necesarios, evitando o directamente haciendo oídos sordos a los informes de órganos consultivos que intentan inútilmente poner orden.
Y las consecuencias no son inocuas, porque vivimos en un Estado de Derecho en el que las normas, una vez se publican en el BOE y entran en vigor, son de obligado cumplimiento por todos. Aunque hasta esa igualdad ante la ley esté empezando a romperse por determinados privilegios que todos conocemos.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión