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Destilador de historias

Miguel Rojo

Gijón

Martes, 7 de octubre 2025, 02:00

Entrar en los dominios de Emilio Serrano era como viajar en el tiempo, a un momento no tan lejano en el que los acuerdos comerciales ... se sellaban con apretones de manos, la palabra dada valía más que cualquier documento y los libros, pinturas y recuerdos de una vida larga y generosa en afectos se amontonaban por los rincones. Allí, en Collera, frente a su fábrica, rodeada su vetusta casa de piedra de otras de sus sobrinos, escribía, soñaba y viajaba desde hace unos años sin salir de su despacho Emilio Serrano. Allí recibía como dan audiencia los reyes o los cardenales, con una sonrisa perenne, una generosidad sin límites y un tentempié a amigos, conocidos y cualquiera que picase a su puerta en busca de consejos, historias o conversación. Una contradicción sobrevoló siempre su autopercepción, puesto que nunca sería capaz de renunciar a su categoría de destilador de licores, que llevaba muy a gala, pero reconocía a los más cercanos y soñaba despierto con que en su epitafio se le describiese como escritor, porque en el oficio de contar historias, de cantar las bellezas de su Ribadesella querida, de su familia, de Asturias entera, empeñó la mayor parte del tiempo libre, sobre todo cuando la empresa caminaba ya sola, sin necesidad de su permanente presencia alrededor de los alambiques y los albaranes. Es por eso que quizás sea correcto unir ambos términos y considerarle un destilador de historias. Nadie se iba de su casa sin uno o dos libros escritos por él, y todos y cada uno de ellos los dedicaba de su puño y letra, con cariño de orfebre. Nunca era tarde para seguir hablando, y quien entraba por primera vez en su casa recibía una completa visita guiada por fotografías antiguas, documentos históricos, baúles, cuadros, libros y recuerdos mil, los que conformaban ese mundo ideal en el que tan a gusto se sentía, como si estar rodeado de todos esos tesoros le sirviese para seguir viviendo sus muchas vidas, permitiendo que sus muchos recuerdos sirviesen de gasolina a su imparable vitalidad.

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Como cuando contaba la historia de su familia, de cómo de la unión de varias empresas nacionales con raíces en Quintanar de la Orden, con paradas en Madrid y Oviedo, nacieron Los Serranos, que acabaron por asentarse en San Martín de Collera. De cómo nació el turismo rural en Asturias, de la mano de aquellas primeras asociaciones de la comarca oriental. De cómo reivindicó la unión del Oriente asturiano, vendiendo Ribadesella y Llanes como 'la playa de los Picos de Europa'. De cómo se inventaron en una mesa aquello de 'Asturias, Paraíso Natural'. De cómo recorrieron todas las ferias de España –y unas cuantas más por el mundo– vendiendo las bondades de la región que amaban. De cómo dijo que sí, y pronunció, cada uno de los más de 500 pregones que le pidieron diese por toda Asturias. De cómo acabó disfrutando de su pequeño rincón en Collera, rodeado de libros y escribiendo sus reflexiones, su filosofía de vida. Porque Emilio Serrano, si algo vendía aparte de licores, era bondad. Asturias pierde a otro de los suyos, a otro de los grandes.

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