Uno de los balances más penosos al final de cada año en esta villa marinera es comprobar la evolución del plan de vías y todo ... el entramado que lo acompaña. Hay estalactitas que crecen más rápido y provocan menos ansiedad al espectador, aunque la cosa empeora cuando salen a relucir las cifras. Veinte mil euros. Esa es la miserable cantidad que ha desembolsado Adif durante este dos mil veinticinco que termina en el mantenimiento del tinglado. Hay comuniones con mayor presupuesto, oiga. Y aunque podamos discutir si es necesario que regalen a todos los invitados un abrebotellas con la imagen de Manolín vestido de marinerito del Señor, no va a ocultar que es absolutamente ridícula la cifra gastada en desbrozar lo que la maleza ha conquistado (y volverá a hacer) en el sitio en que debería erigirse una estación y no una caseta prefabricada con paneles horarios.
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Mientras otras ciudades con más y menos tradición ferroviaria nos adelantan por la izquierda y la derecha y el ministro tuitero se dedica a talar de raíz toda opinión contraria, aquí lo único que crecen son las berzas del huerto del 'solarón', lo único positivo que sacaremos de toda esta pesadilla: haber convertido un espacio industrial en huerto, parque, espacio para perretes y pista de aterrizaje de trineos navideños. Triste consuelo, teniendo en cuenta que lo siguiente, el derribo del viaducto de Carlos Marx, es tan inminente que lleva años siendo inminente. Esperemos que para el ejercicio que viene no nos gastemos sólo veinte mil euros en su derribo.
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