La nostalgia, el corazón y una pasa amarga
Te aprieta tanto el alma, que te la roba; te aprieta tanto el cerebro que, como la pasa, se queda seco a la espera de tiempos que no volverán
La nostalgia es esa cosa que si no te apresuras a ponerle freno a tiempo, te aprieta tan fuerte el corazón, que te lo puede ... convertir en una pasa amarga. Y en estos tiempos que vivimos, de constantes sustos, vaivenes y contradicciones –con la idea persistente de que «vamos a morir todos», que lanzan desde un lado; y el 'carpe diem', que lanzan desde el otro–, es tentador mirar hacia atrás con demasiada frecuencia para encontrar en el pasado lo que creemos que fue mejor y que hoy no tenemos. Y hay en ese pasado sucesos y vivencias, por supuesto, que son mejores. Lo son. Pero, ojo, otras no. En absoluto. Porque en ese pasado también residen fuerzas terribles a las que no conviene llamar de nuevo. Tampoco olvidarlas, que olvidar, al igual que recordar en exceso, es peligroso. Fuerzas que no deberían provocarnos ninguna mal llamada nostalgia, sino repulsión. Asco. Aversión. Rechazo.
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Si recurrimos al diccionario, en su segunda acepción, nos dice que «la nostalgia es la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida». Es decir, de algo que tuvimos, nos hizo felices y ya no tenemos. Hablamos de cosas dichosas. Cosas buenas.
Nostalgia de la niñez, de la adolescencia o de la juventud perdida.
Nostalgia de un amor, de una amistad o de aquel encuentro furtivo que nunca hemos contado a nadie.
Nostalgia de los besos con sabor a chocolate, de las caricias con olor a licor y del deseo de las noches eternas.
Nostalgia.
Nostalgia de algo que ya no tenemos porque es pasado, pero que, sin embargo, alentados por un día a día cargado de demasiados mensajes negativos, malhumorados, evocamos con frecuencia y dedicamos nuestro tiempo, tan valioso, lo perdemos en realidad, esperando la llegada de ¿qué? ¿Una máquina del tiempo que nos lleve a ese pasado? Oh, me temo que ese tren ya pasó. Se fue y no va a volver.
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El pasado es nostálgico porque, precisamente, es pasado. Ayer. Y ahí, en ese tiempo, en esa memoria, debe quedarse porque la nostalgia mal entendida, pienso, al final nos convierte en esa pasa amarga, rancia, con inclinación a atormentar a otros y a nosotros mismos, que se alimenta de glorias pasadas que no traen, de ningún modo, ensueño justo. O, al menos, ensueño, bueno.
Hay quien recuerda (en realidad imagina, pues no estuvo allí. Es imposible. A no ser que sea inmortal) cuando fuimos un imperio en el que no se ponía el sol. Y lo recuerda con añoranza. Otros sienten nostalgia de cuando éramos conquistadores y, cada vez que pueden, evocan las grandes conquistas del imperio español. Más cerca se quedan los que echan de menos los tiempos en los que, dicen, éramos libres. Libres. En las calles de Madrid. En los 80. Y los hay, también, cómo no, que de lo que sienten nostalgia es de otra cosa. Más oscura, más 'ordenada' la llaman, eufemismos, más aria y limpia. Más pura también.
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Es este un sentimiento que crece y engorda, sobre todo, de momento, en los países escandinavos. Si hay un buen termómetro que mide con bastante acierto los cambios sociales a este respecto, son las novelas negras. Y las de esos lares, en los últimos años, desde las llamadas ñoñas a las más sesudas, incluyen el resurgir de esa añoranza; de esos movimientos nostálgicos. Tendencias que, sospecho, no se van a quedar allí.
Nostalgia peligrosa porque la nostalgia es esa cosa que, si no te apresuras a ponerle freno a tiempo, te aprieta tan fuerte el corazón, que te lo puede convertir en una pasa amarga. Te aprieta tanto el alma, que te la roba; te aprieta tanto el cerebro que, como la pasa, se queda seco a la espera de que reminiscencias de un tiempo, que ya no tiene cabida, resurjan.
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