Salía de casa, era temprano pero el sol ya estaba alto y brillante, un sol de otoño iluminaba un mar azul oscuro y plácido. Mi ... corazón se entristeció y también se asombró. Una furgoneta azul de un centro de día, así lucían las letras pintadas en blanco que lo anunciaban, y un autobús escolar, uno parado a pocos metros de la otra, hacían sus funciones cotidianas. Observé cómo una fila de niños se incorporaba en silencio, aún medio dormidos –dan pena tan pequeños y ya con horario laboral–, a las escaleras de la inmensa mole escolar que los separaría de su hogar durante demasiadas horas. Junto a la furgoneta, un señor mayor, me pareció elegante con su bastón, y que se arreglaba bastante bien para salvar el escalón de acceso al vehículo que lo llevaría lejos de casa igualmente durante unas horas. Luego, más tarde, ya hecho el día, uno más, los pequeños volverían con su familia y el mayor también lo haría, pero quizá regresando a su soledad.
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Pensé en que la vida es como un círculo, los bebés, los niños pequeños y los viejos se parecen. Volvemos a recuperar la cara e, incluso, el cuerpo de cuando la vida nos dio la bienvenida. Parece que en el inicio y en el final de la vida tenemos que pasar por lo mismo, estamos imposibilitados para valernos por nosotros mismos y, a pesar de que lo sabemos, seguimos sin estar preparados para ello.
Nuestros padres nos cuidan mientras somos niños y nosotros los cuidamos a ellos cuando son mayores. Es una experiencia extraña, un descubrimiento, cuando tienes a tu lado a quien siempre te protegió y ahora necesita tu atención; y de pronto, y sin previo aviso, te sientes solo frente al mundo. Ya no, ya no estarán para ayudarte. Ya no volveremos a ser los que fuimos, ni ellos ni nosotros.
Pero si le damos una vuelta más, y si aún estamos a tiempo –el tiempo, ese señor tan efímero puesto en nuestras manos–, ese apoyo puede ser mutuo, todavía seguro que hay mucho por compartir, por escuchar, por aprender de ellos. Su presencia es un regalo que hay que destapar.
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El único sentido que puede tener la vida tenemos que dárselo nosotros. Vivir conscientemente es un buen propósito. ¡Que nada pase de largo, que nuestra vista se centre, que nuestra mente nos llame a gritos! Llenar ese círculo de lo que amamos y admiramos, tenerlo todo no teniendo nada… Muchas palabras que son fáciles de plasmar aquí; ahora, veamos cómo hacer…
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