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Lenguaje y manipulación de masas

Es un arma locuaz capaz de condicionar, mover, provocar, sensibilizar, callar, obstaculizar, hacer fluir o cambiar nuestro pensamiento ante una misma realidad

Martes, 11 de noviembre 2025, 01:00

Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la importancia que tiene el lenguaje como forma de encauzar voluntades de grupos sociales diversos. Palabras, ... frases o discursos, debida o capciosamente utilizados, pueden influir en que quien no tiene una opinión bien fundada sobre algún asunto incline su pensamiento hacia un parecer u otro. Hay muchas formas de hacerlo: argumentos interesados, ideas machaconas, palabras tergiversadas, sentidos rebuscados, discursos populistas… Griegos y romanos lo sabían muy bien y escribieron tratados con los que el arte de hablar bien se convirtió en el arte de persuadir. La importancia que ese legado adquirió como forma de influencia y manipulación social hizo que perviviera a lo largo de la historia y que incluso en la actualidad siga siendo estudiado y aplicado en distintos ámbitos de la vida, como el derecho, la publicidad, el deporte, la prensa escrita y audiovisual, la docencia, la investigación… Pero, como antaño, el ámbito en que más se aprecian los efectos de la persuasión a través del lenguaje es el de la política. Deja que te ponga algún ejemplo.

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El lenguaje inclusivo consiste en el uso del idioma de forma que no excluya a personas en razón, entre otros motivos, de su género. Se invita al hablante a usar expresiones neutras o, al menos, que no prioricen el masculino generalizador: se cree que el uso de este discrimina a la mujer. Así, sugiere emplear términos «inclusivos» como alumnado, en vez de alumnos, ciudadanía, en vez de ciudadanos, etc., o, si no los hay, desdoblamientos como «trabajadores y trabajadoras», «todos y todas», o circunloquios surrealistas como «las personas trabajadoras», entre otras posibilidades. Sin embargo, muchos lingüistas y hasta la RAE han puesto de manifiesto repetidas veces la inoportunidad e inutilidad de semejante uso de la lengua, contrario a su propio funcionamiento normal, el cual, por lo demás, no tiene nada que ver con el sexo. Pero da igual: los políticos especialmente suelen cuidar mucho este aspecto de su lenguaje, incluso sabedores de ese rechazo de «las personas expertas», porque consideran que les puede proporcionar o quitar votantes. Lo terrible es que muchos de estos se creen esas monsergas y hacen bandera de ellas.

Los condenados por el intento de secesión de Cataluña nunca se arrepintieron de su acción y, al revés, aseguraban que lo volverían a hacer: negaban haber cometido delito. Necesidades parlamentarias propiciaron, sin embargo, que el gobierno cambiara su discurso de rechazo total y proclamara, primero, las bondades de los indultos y, luego, las de una ley de amnistía. En este último caso, aquel rechazo absoluto dio paso a una argumentación basada en la constitucionalidad o no de la ley, que desviaba la atención de los ciudadanos hacia una cuestión puramente jurídica. Sin embargo, no era ese el quid central y previo del debate, sino si era moralmente aceptable que España se humillara ante los secesionistas y les pidiera perdón ¡a ellos! a través de esa ley, fuera o no constitucional.

El brutal ataque de Hamás contra Israel del 7 de octubre de 2023 avivó una guerra no menos brutal de ese país contra los terroristas, que desembocó en la destrucción de Gaza y en lo que muchos denominan «genocidio» palestino. Incluso muy altas instancias de nuestro país han hecho suyo el término y lo emplean como bandera para reclamar, entre otras cosas, la ruptura de relaciones entre España e Israel, algo que ningún país europeo se plantea, máxime cuando parece que las conversaciones de paz van por buen camino. Sin embargo, por muchas muertes que haya causado la reacción israelí, con dificultad puede tildarse de «genocidio», si es que sigue siendo válida la idea que teníamos de lo que es un genocidio y que la RAE define como el «exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Seguramente hay otras figuras que permiten describir mejor aquellos sucesos, como crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, delitos también muy graves que, en todo caso, deberían ser determinados por un tribunal internacional que juzgara a sus responsables –lo mismo que a los de la matanza original del ataque a Israel– y no por una opinión pública, a veces manipulada por políticos que solo pretenden obtener beneficio, el que sea, de ella, sin importarles el interés general del país al que representan.

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El lenguaje, como ves, es un arma locuaz capaz de condicionar, mover, provocar, sensibilizar, callar, obstaculizar, hacer fluir o cambiar nuestro pensamiento ante una misma realidad, según el modo en que se presente: esa realidad, desnuda, es casi siempre más incómoda.

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