Paz y educación
España emprendió hace cuatro décadas un camino que ha transformado su economía con su adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, que ha llevado al país a un proceso de convergencia con el resto del continente
Hace cuarenta años, Felipe González inició su discurso en el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid con estas palabras: «Damos hoy un paso ... de importancia histórica para España y para Europa. Al estampar nuestras firmas en el Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas hemos puesto un jalón fundamental para completar la unidad de nuestro viejo continente y también para superar el aislamiento secular de España». Todo era verdad y todo acertado. Cualquier paso que no hubiera ido en esa línea habría sido peor para nuestro país y creo, sinceramente, que de ese viaje no hay marcha atrás. Pensará el amable lector que, de la misma manera que Gran Bretaña ha hecho 'Brexit', también podríamos seguir el mismo camino si estamos descontentos con la adhesión. Sin embargo, estoy convencida de que ese viaje de vuelta sería muy dañino para nuestro país.
Publicidad
Leo estos días réquiems por Europa. No digo yo que todo sea perfecto, pero una cosa es enderezar las políticas que no son correctas y otra, bien distinta, aniquilar un proyecto que, bien entendido, puede seguir siendo fuente de riqueza y crecimiento para todos. España, con ese discurso, emprendió hace cuatro décadas un camino que ha transformado su economía desde aquel 12 de junio de 1985, con su adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea. Desde ese día hemos llevado a cabo como país un proceso de convergencia económica con el resto de Europa. El PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo se ha multiplicado por 2,5 en este periodo. La brecha con los 15 países que entonces formaban la UE (Unión Europea) se ha reducido en 15 puntos porcentuales en 2025, el 88,1% del promedio. También el mercado de trabajo se ha transformado para bien y la población española ocupada casi se ha duplicado, pasando de 11 a más de 21 millones de personas.
Buenas noticias también para nosotras las mujeres, que en 1985 representábamos apenas el 29% de la población ocupada, siendo hoy casi el 47%. Podría seguir dando datos positivos que confirman el beneficio general de la adhesión, pero prefiero centrarme en los retos pendientes.
Una cosa es enderezar las políticas que no son correctas y otra aniquilar una fuente de riqueza
Yendo a lo económico, es evidente que la productividad, que es el principal determinante del crecimiento a largo plazo, sigue siendo una debilidad de nuestra economía y, aunque el incremento del PIB por ocupado en un 65% desde 1985 no es desdeñable, es insuficiente para cerrar la brecha con Europa y con EE UU. Para subsanar este fallo, creo que es preciso centrarse en que una gran parte de la debilidad de la productividad radica en una insuficiente inversión en capital físico, humano y tecnológico. Es indispensable ser más competitivos y esto, no solo España, sino toda Europa, como indicaron los informes de Draghi y Letta no hace mucho. Creo que faltan condiciones indispensables para atraer el ahorro privado a la inversión. Nos podemos alegrar con buenas noticias recientes como el incremento del 'rating' por parte de Standard & Poor's que ha mejorado nuestra calificación hasta A+, lo cual influye favorablemente en la inversión en nuestro país. No así lo hace la situación política nacional, dado que tenemos un consenso político y social que es hoy más frágil que cuando entramos en la UE.
Publicidad
Europa ofrece un marco de oportunidades en medio de tantas disrupciones y riesgos políticos como los actuales. Leemos estos días noticias preocupantes como que la UE fija como prioridad inmediata la creación de un muro de drones frente a Rusia. Rutte afirma que la OTAN no dudaría en responder a posibles ataques: el escenario se caldea. ¿Por qué? Ahora, más que nunca, debemos recordar por qué nació este proyecto europeo. Surgió para garantizar la paz y la prosperidad, para que desastres como el iniciado por un austriaco de ridículo bigotillo que trajo consigo la muerte de entre 55 y 70 millones de personas, según los cálculos que se manejen, no se repitan jamás. Eso no puede volver a suceder y todos sabemos quién es el malo de la película ahora, pero no podemos responder de la misma manera.
A veces se toma por babiecas a las personas que defendemos a ultranza la paz y evitamos la confrontación, en la medida de lo posible. Decía el dramaturgo alemán Johann Christoph Friedrich von Schiller que «en las grandes adversidades toda alma noble aprende a conocerse mejor». En esta complicada tesitura, tenemos la ocasión de mostrar el alma de este proyecto europeo y de lo que somos capaces, por el bien de todos. En esto intento predicar con el ejemplo: he sido presidenta del Comité Científico y Organizador de dos congresos en colaboración con el IEPC (Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación), centrados en paz y educación, para los cuales he recibido financiación de la Universidad de Oviedo, que agradezco mucho.
Publicidad
El primer valor es la paz. Sin eso, no hay nada. Ni progreso económico, ni siquiera posible distribución de ayuda humanitaria, como estamos viendo. El doctor Román García, presidente del IEPC, afirma que «la paz es esencial para el progreso humano, ya que permite la convivencia pacífica entre las personas y la resolución de conflictos de manera no violenta». Una verdad que, en estos momentos, nuestros dirigentes políticos europeos deben tener presente con absoluta prioridad: garantizar la paz, evitar cualquier conflicto bélico, ayudar a terminar los que están vigentes y, a partir de ahí, centrarnos en mejorar nuestras economías y nuestro estado del bienestar.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión