La tiranía del consumo
Necesita imbéciles al cubo, es decir, individuos que para aparentar lo que no son, compren, con dinero que no tienen, todo aquello que no necesitan
Consumid, consumid, malditos! Esta parece ser la máxima de nuestras sociedades modernas. El consumo de productos y servicios no esenciales se multiplica. El llamado desarrollo ... sostenible parece un concepto vacío. La contradicción está servida. Por un lado las alertas morales, los peligros del endeudamiento, el análisis del derroche, el freno al servilismo comercial o el tratamiento de los compradores compulsivos. Por el otro, los bombardeos publicitarios, consumir o morir, comprar o no ser nada, y los mensajes interesados que alertan de los peligros que para la economía supondría una caída del consumo.
¡Consumid o se hundirá la economía! Es bueno para todos, nos predican los medios de comunicación. Y el sistema no cesa en su afán de crear nuevas necesidades para que el consumo no se detenga. ¡Viva el despilfarro! ¡Viva la cultura del usar y tirar! Si se disparan las depresiones, si aumenta la obesidad, no importa, porque crecerá el consumo de ansiolíticos, se ofertarán nuevas dietas salvadoras, se venderán terapias, gimnasias imposibles, entrenadores personales, nutricionistas, liposucciones, curas hidropínicas en balnearios o reposos en monasterios. No parece que existan formas de escapar a las garras del consumo innecesario.
El mercado pasa de ser instrumento de relación a mudarse en mecanismo ruidoso y aterrador sin otro objetivo que el beneficio, al margen de cómo éste se consiga, perdiendo así por completo su primigenia función social. No hay personas, sino consumidores. Todo queda reducido a dinero y a beneficio, no habiendo entonces entre un kilo de tomates y un puñado de balas de fusil más distinción que aquella que se deriva de su consideración como productos vendibles y del cálculo del beneficio de su venta.
Los estados entierran la brújula que señala al individuo. Los valores se conforman como poderosas herramientas, no de vida, sino de venta. La justicia, la libertad, la paz o la sostenibilidad del planeta se convierten en mercancías. Y así, bebiendo cañas se puede alcanzar la libertad, consumiendo productos veganos se trabaja por la justicia o adquiriendo cubos para reciclar la basura se salva al planeta. Comprando cierta colonia se alcanza el amor y alimentándose con determinados cereales se consigue la felicidad. Consumiendo conseguimos nuestra realización como seres humanos. Ya no son necesarias las revoluciones. Es como si sólo hiciera falta consumir para cambiar las cosas. Incluso la solidaridad depende del consumo.
Las políticas de los gobiernos se encaminan a favorecer el consumo. Se habla incluso de ayudas al consumo. Las leyes del mundo desarrollado y en crisis son las leyes del mercado que ya no regula o coordina, sino que desmedidamente tiraniza y aplasta. Los chamanes de la economía asustan a los pueblos cuando pregonan la caída del becerro de oro. Una y otra vez se expone y se comenta todo cuanto esté relacionado con el consumo. Las televisiones fundamentan sus programas en los consumos, en las subidas o bajadas de los precios. Los reporteros patean los mercados, los restaurantes, los centros comerciales. Consumir más o consumir mejor. Esta es la única cuestión.
El gran corruptor sin rostro y sin nombre que gobierna sobre todos los consumos vende el instinto maternal, la fragancia de una rosa, el parpadeo nervioso de un enamorado, la sabiduría de un libro, el adiós de un moribundo o el dolor de estómago de un hambriento. Todo es mercancía. El hombre es el centro del universo y el mercado no mejora al hombre, lo excluye, lo contamina, lo viste de fantasma para arrojarlo a las cloacas. ¿Por qué consentimos que nos arranquen de cuajo nuestros derechos de seres humanos en nombre del becerro de oro? Han conseguido que olvidemos que la economía debe estar al servicio del ser humano.
La tiranía del consumo necesita imbéciles al cubo, es decir, individuos que para aparentar lo que no son compren, con dinero que no tienen, todo aquello que no necesitan. La tiranía del consumo necesita súbditos convencidos de que consumir nos salva, nos hace felices y justos, individuos que cargados de bolsas repletas caminen sintiendo que con sus compras acertadas se están salvando a sí mismo y están salvando al planeta. ¿Qué pasaría si desde mañana todos dejáramos de consumir lo innecesario? La economía global se hundiría, nos gritarán los chamanes. O tal vez podríamos tocarnos y sentirnos y mirarnos y escucharnos sin necesidad de colonias, de estadísticas, de entrenadores personales o de ansiolíticos, sin necesidad de tantas caretas.
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