Tradición, argumento y pecado
Una palabra con múltiples significados, que nos habla de costumbres, creencias religiosas, doctrina, transmisión de noticias o de elaboración literaria
Tradición. Una palabra, en principio, como cualquier otra. Una palabra con múltiples significados –ocho según el diccionario de la Rae–, que nos habla de costumbres, ... creencias religiosas, doctrina, transmisión de noticias o de elaboración literaria. Ocho definiciones según lo que con ella queramos expresar. Costumbre, hábito, uso o usanza; folclore, acervo, herencia o pasado; y leyenda, fábula o mito. Estas últimas también tienen cabida dentro del amplio espectro de la tradición.
Tradición que se ha convertido, asimismo, en argumento, prueba de justificación de actos de todo tipo, pero la mayoría cuestionables, de oscura catadura moral en realidad, y resbaladiza excusa. Y es que la palabra se ha puesto de moda y ya saben que cuando algo se pone moda, tiende a usarse sin mesura. Así, sirve, por ejemplo, sin sonrojo alguno, para justificar insultos sexistas y repulsivos desde las ventanas de colegios mayores y todo tipo de 'novatadas' similares o para el mantenimiento económico público de exmiembros de la casa real. Esto es con el dinero de todos. Para un roto y un descosido. No confundir con ese otro refrán que dice «nunca falta un roto para un descosido», que se parecen pero representan cosas distintas, como, en el fondo, ocurre con la palabra tradición, que no personifica lo que algunos creen porque si así fuera, bueno, entonces estaríamos condenados a una vuelta al pasado. A uno muy oscuro que a las mujeres no beneficiaría en absoluto. Además, ¿hasta qué punto una tradición autoriza a que un hecho, aunque este se haya repetido durante años, pueda ser considerado una costumbre a mantener? Veamos.
En algunos países, es tradición vender a las hijas por unos camellos. También por unas cabras o por unas deudas. Lo es casarse a los doce años y tener hijos a los trece. Casarse con hombres que bien podrían ser sus abuelos. Viejos con niñas. Así que, si utilizamos el mismo argumento que se emplea para defender determinados comportamientos y actividades en nuestro país, la pederastia, en esas otras sociedades, es tradición. Y lo es también azotar a mujeres que se saltan preceptos religiosos. Y casar a víctimas de violación con sus violadores. O encarcelar a homosexuales por su pecado. Porque son pecadores, como ellas. Ellas también lo son. Pecadores que merecen un castigo.
El castigo, al final, es tradición.
Y sirve esta palabra, en principio inofensiva, como arma cuando se utiliza con estulticia y/o maldad. Sirve para justificar y autorizar. Para no hacer nada o para hacerlo todo. Sirve para continuar igual, con las mismas viejas costumbres y las mismas viejas batallas; y sirve para cambiarlo todo porque cualquier costumbre debe ser destruida. No me canso de decir que hemos perdido los medios. Pluf. Los hemos roto como si fueran simples pompas de jabón.
Tradición. Olvidamos que las tradiciones están asociadas a las sociedades y que deberían evolucionar con ellas porque lo que ayer era ley, hoy puede o debe no serlo; porque lo que ayer nos parecía normal, en el presente, gracias a nuestro propio progreso personal y social, hemos aprendido y aprehendido (que parecen lo mismo pero, como en el caso del refrán anterior, no lo son) a evolucionar porque de esos se trata, de evolución. Tradición evolucionada y adaptada al mundo actual. Nuestro mundo. El mundo en el que vivimos y queremos vivir. Por eso sabemos que la ablación no es una tradición, aunque ese sea el argumento que se esgrime para defenderla donde se practica o que tirar cabras desde campanarios no es racional.
Tradición. Una palabra que puede dignificar o puede denigrar. De nosotros depende. De nuestro entendimiento y de cómo la usemos. Del mundo que habitamos y construimos cada día con nuestras decisiones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión