El cinturón de Ápate

Después de las elecciones, gran parte de los adeudos adquiridos se desvanecen como si de un sueño imposible se tratara y esto, es inevitable, deja una amarga sensación de engaño

Las campañas electorales, infinitas en estos tiempos, deberían servirnos como ejemplo de lo que la democracia significa, pero se han convertido en una especie de ... cenagal atestado de endebles promesas y frágiles juramentos. En épocas de sufragio, los políticos, todos lo sabemos, recurren con frecuencia a esta clase de compromisos para así atraer votantes; sin embargo, después de las elecciones gran parte de los adeudos adquiridos se desvanecen como si de un sueño imposible se tratara y esto, es inevitable, deja una amarga sensación de engaño. Como si las promesas, por arte de magia, se hubieran transformado en una suerte de esperanza inalcanzable.

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«Son solo palabras y las palabras son todo lo que tengo», cantaban los Bee Gees, intentado conquistar corazones, pero las palabras en las campañas están, me temo, vacías. No son eternas. No son responsables. No son verdad. Palabras que prometen y se usan con el único objetivo de convencer, pero que no van después seguidas por acciones concretas. Promesas que se lanzan al aire con alegría, enaltecidas por aplausos y que luego se convierten en nada. Se quedan en un rincón, a la espera, siempre a la espera, hasta la siguiente campaña. Y esto sucede desde hace tanto tiempo que lo hemos normalizado. Tanto que nos da igual. Tanto que a ellos, a los políticos, también les da igual. Así, mienten. Porque prometer algo a sabiendas de que es imposible cumplirlo es mentir y promesas de esas tenemos, y muchas.

Lejos queda aquella idea, lanzada por Platón, que dice que los ciudadanos deberíamos elegir a líderes con integridad y virtud, y no solo con habilidad retórica. Huir de los salvadores que prometen mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y que después, una vez elegidos, no cumplen sus compromisos. Pero los cantos de sirena son más atractivos. Siempre lo han sido y ellos, los políticos, son las sirenas en esta historia. ¿Qué o quién somos nosotros? Nos creemos Odiseo, atados con firmeza al mástil del barco. Da igual lo que canten o lo alto que lo hagan porque resistiremos, pero, tal vez, en realidad seamos más como Sir Patrick Spens, protagonista de una de las baladas más famosas de Escocia, al que en su viaje hacia Noruega una sirena le canta porque va camino del naufragio.

Elegir líderes íntegros, virtuosos y cumplidores es difícil, pero necesario. Nos sobran 'pseudólogos'. Tenemos demasiadas personificaciones de las mentiras y las falsedades que viven de nosotros y no para nosotros. A veces, cuando los veo en los mítines, pienso en Ápate, una divinidad salida de la caja de Pandora, y en su cinto. Llevaba puesto un cinturón cretense lleno de todas las clases de trucos y trampas, prevaricaciones y engaños que utilizaban los humanos. Era la hija de Érebo (Oscuridad) y Nix (Noche), y personifica el engaño y el dolor. También el fraude.

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He dicho que viven de nosotros y no para nosotros porque es nuestro dinero. No hay que olvidarlo. Es nuestro dinero el que paga sus casas, coches, cenas, trajes, teléfonos, copas, viajes, etc. Su trabajo está remunerado con nuestro dinero. Ese que tanto nos cuenta ganar; ese por el que nos dejamos hasta el alma en ocasiones. Son nuestros trabajadores y deberíamos tener la potestad de despedirlos si no cumplen adecuadamente su cometido. No dentro de cuatro años. No solo en las campañas electorales, plagadas de promesas vanas y excusas, insultos al contrario, aplausos y algarabía al de casa. No. Despedirlos cuando lo que dijeron se demuestre mentira y lo que prometieron falso, y mandarles, como premio por su mal hacer, de paseo por el Hades.

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