Eterno septiembre
El otoño llegará y nos invitará, con su color y su brisa, su templanza y su calma, a pensar en los nuevos comienzos. Nunca un mes estuvo tan ligado al reinicio, ¿verdad?
Eterno septiembre. Siempre me ha gustado este mes con sus primeros fríos y sus tintes ocres. La vuelta de cierta quietud. El regreso a una ... tranquilidad que el verano no alberga. Cada vez menos, de hecho. El estío, su calor, el sol ardiente, las gentes que van de un lado a otro como si a todas partes tuvieran que llegar a la carrera, sin descanso, me abruman. El otoño, en cambio, acallado, donde hasta el pasar del tiempo se me antoja más tranquilo, hace que de esta pluma y de esta mente broten ideas más productivas; más hermosas y creo, tal vez, más ricas.
Eterno septiembre en el que, por fin, las nubes parecen colocarse en su sitio y son capaces de manchar los cielos. Incluso aquel, castellano de lienzo claro, azul hechizante como pocas veces uno puede presenciar y que un día, hace años, me embrujó por completo. ¿Se han fijado alguna vez en el cielo castellano sobre los océanos de cereal? Les aconsejo que lo hagan. Es un cuadro de una noble belleza que en septiembre comienza a abrigar celajes blancos y torna su azul en un azulino pajizo y desteñido. Las tierras se vuelven castañas, terruños secos con girasoles que ya solo miran al suelo. Lagunas vacías y algunos viejos palomares. Septiembre emprende el camino de su cambio. Un nuevo ciclo que agita mares de campos cosechados y también, en las costas, inmensos océanos salados. Dicen que es entonces cuando uno puede ver, si sabe mirar y tiene paciencia, las sirenas que habitan los mares del norte. ¿Ustedes todavía conservan intacta la paciencia, o el estío, con su celeridad, se la ha robado? ¿O es que acaso no creen en sirenas? Ninfas marinas que se abrazan a la espuma y juegan con el sol del noveno mes del año, único y misterioso. Sol frugal que aún calienta, pero no arrasa.
Eterno septiembre en el que el hablar se convierte en algo más que hablar. El verano es propicio a la ligereza, a las palabras rápidas y, en muchos casos, fugaces, como lo son algunos de sus amores. Ay, los amores de verano. Amores que se prometen seguir vivos más allá de la caída de las primeras hojas de los árboles, una tras otra, sin descanso, pero que mueren antes siquiera de que estas se balanceen para hacerlo. ¿Y cuántos se quedarán en puerto, sin promesas ni votos, cuando las primeras ráfagas de viento fresco comiencen a danzar a nuestro alrededor? Cuando las manos estrechadas ya no se suden entre ellas ni se derritan los helados; cuando los besos no sepan a algodón de azúcar o a ron. Tampoco al sudor de la anochecida. Amores que duran lo que dura el calor y que, sin embargo, a veces, qué cosas, pesan como si fueran de toda una vida. Tan persistentes en la memoria que se recuerdan siempre vivos.
Eterno septiembre al que los poetas dedican versos. Canciones. ¿Se puede escuchar septiembre? Yo creo que sí. Un septiembre en el que las golondrinas desaparecen, las chimeneas se encienden, las nueces caen y se recogen las últimas cosechas de moras silvestres. Mmm, las moras. Nunca saben tan buenas como en este tiempo. Mes en el que el otoño llegará y nos invitará, con su color y su brisa, su templanza y su calma, a pensar en los nuevos comienzos. Nunca un mes estuvo tan ligado al reinicio, ¿verdad? Reinicio de vidas, deseos, amores, cielos, mares y campos. De ilusiones, sueños, esperanzas y anhelos. Volver a ser lo que un día fuimos o ser todo lo contrario. Regresar al origen, al principio, a la raíz o, lejos, huir de esa matriz e investigar un nuevo camino. Quizá alejar tiempos oscuros de hombrunas costumbres y traer tiempos nuevos; tiempos mejores. Quizá sonreír al viento y a la tan suspirada lluvia. Quizá escribir pensamientos. Quizá soñar que soñábamos.
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