Hastío político
La paulatina y a mi juicio imparable ruptura social en virtud de pensamientos y actuaciones extremas, así como la inexistencia de un diálogo fructífero, suscitan un escenario de hostilidad perpetua que es, en verdad, exasperante y agotador
En la actualidad, es palpable el creciente cansancio que los ciudadanos sienten hacia la política. Un desencanto y apatía, una desafección, que lejos de ser ... algo puntual, es una señal clara de alarma que amenaza los cimientos de nuestras sociedades democráticas, porque cuando las aguas se revuelven no siempre son los pescadores quienes ganan. A veces, de las profundidades marinas salen monstruos.
Esta fatiga hunde sus raíces en principios muy cenagosos. Uno de ellos es la persistente y crasa sensación de impericia dentro del teatro político. Es como si con cada mirada -provenga esta de un palco, una butaca o incluso del gallinero-, una máscara se cayera y bajo ella advirtiéramos que nuestros representantes carecen de perspicacia; como si tras el disfraz, sólo descubriéramos simpleza. Otro problema es la polarización, que ha ganado terreno y fuerza desde hace demasiados años. Ya no es un actor principiante. Ahora se sabe mejor el papel y se ha vuelto más visible. Sus instintos ya no se limitan a permanecer en su abrigadero, donde murmura sobre el mundo. Ahora sale a las tablas a gritar. Y a convencer.
La paulatina y a mi juicio imparable ruptura social en virtud de pensamientos y actuaciones extremas, así como la inexistencia de un diálogo fructífero -a menudo tengo la sensación de que las palabras huyen; se escapan de ese singular teatro-, suscitan un escenario de hostilidad perpetua que es, en verdad, exasperante y agotador. Nos encontramos atrapados en una dicotomía en la que no se buscan puntos en común para un debate saludable y se entorpece, de forma constante, la construcción de un buen guion que representar; de puentes entre los diferentes sentires sociales.
Ante este cuadro que se nos dibuja con trazos gruesos y cargados de impudor, y que nada tiene que ver con un horizonte o futuro utópico, entiendo que conviene trabajar en una cultura política basada en la ética y la responsabilidad. Los líderes han de actuar como modelos de integridad y rendir cuentas por sus acciones, sean estas de la índole que sean. No deberían participar en peleas bochornosas llenas de insultos y/o acusaciones infundadas. Estamos hartos de lamentos, griteríos e invenciones. Anhelamos más racionalidad y menos controversia. Más lógica y menos ignorancia. Tampoco es razonable, ni compasivo en realidad, explotar los problemas del mundo, algunos de los cuales son verdaderamente crueles y dolorosos, con fines políticos para sacar rédito de ellos. Sería bueno tener más decoro. La política no debe ser sinónimo de cinismo. Por el contrario, convendría que lo fuera de moderación.
Es imprescindible, a mi juicio, avivar una mayor madurez política y, por supuesto, salir a la calle y enfrentar las realidades de la vida cotidiana sin temor a ensuciarse los zapatos con polvo y barro. Preguntar y escuchar. Por ejemplo, ¿cuáles son las preocupaciones que nos mantienen despiertos por la noche? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo nos va en todos los aspectos, no solo en términos económicos, de la vida? Preguntar y escuchar. Sólo de esta manera se logrará edificar sociedades en las que los insensibles extremos no lleguen y se perpetúen en el poder; donde los ciudadanos vuelvan a sentirse abrazados y, por lo tanto, amparados por un mundo político que cada día que pasa les es más ajeno e irritante.
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