Cuando me regalan historias
El pintor compró una libreta de piel y en ella, al despertar cada alborada, antes siquiera de que el día abriera por completo los ojos, anotó lo que soñaba
Esta semana me ha llegado un sobre al periódico con un pequeño texto encuadernado. Es la historia de un sueño. La historia de un pintor ... que durante años soñó, noche tras noche, lo mismo. Se sentía solo. Triste. Tal vez por eso el eje de lo escrito sea el amor. También el pasado. Pinceladas, acaso, del miedo a que la soledad que en aquellos años lo abrazaba se volviera perpetua; a que el olvido se lo llevara todo. Y es el olvido un gran creador, se lo aseguro, porque empuja a dejar constancia tanto de la existencia de uno mismo como de sus ideas. Así, el pintor compró una libreta de piel y en ella, al despertar cada alborada, antes siquiera de que el día abriera por completo los ojos, anotó lo que soñaba. Sus dudas también las escribió porque, como el poeta, temió que cada palabra fuera en realidad un querer en lugar de un soñar.
Durante años, continuó levantándose al alba para apuntar lo soñado o, tal vez, lo imaginado. Quizá redactó partes de una vida que no podía tener, ella ya no estaba, o partes de la que esperaba tener de nuevo. Todavía era joven, entonces lo era. Escribió sus sueños, cierto, aunque en realidad, así lo he creído siempre cuando de sueños se trata, proyectó sus despertares. Y es que cuando uno escribe lo que sueña, firma lo que cree recordar; lo que siente con la pluma en la mano y el papel bajo ella. Lo que la mente recuerda que soñó; si bien, la mente es tramposa.
Esa historia está ahora en mis manos. El pintor me la ha regalado. Me ha entregado esos sueños. Esos retales de vida y deseos. Un regalo por mi forma de escribir y contar historias. Por mi manera de presentar el amor, la vida, la muerte y la eternidad tanto aquí como en mis libros. No deja de sorprenderme que la muerte y la eternidad tengan tanto peso a la hora no solo de yo escribir, sino de otros leer.
Hace unos meses me regalaron otra historia. Esa no era fruto del sueño. Era real y venía en cartas manuscritas de hace más de cien años, aunque también era, como la del pintor, de amor y vida. La compartí aquí con ustedes, ¿lo recuerdan? Manuscritos, fotos, llamadas, textos... Cartas de amor escritas a tinta azul con mano torpe que transmiten pasión. Textos mecanografiados, con márgenes impecables, que me revelan reflexiones íntimas e ilusiones vividas. Fotografías que son instantes congelados de felicidad y añoranza. Casetes con canciones que evocan nostalgias y despiertan emociones que uno pensaba dormidas. Y libros, esos compañeros silenciosos con sus páginas desgastadas y anotaciones al margen, con unas entradas de cine o un billete de tren como marcapáginas, colmados de historias fascinantes y personajes inolvidables. Me considero, de verdad se lo digo, afortunada de ser custodia de estas historias que vuelan a mis manos. Historias que me llegan para que mis palabras les den forma y vida. Dar vida. Suena irreal, pero es muy hermoso. Insuflar alma a las historias de otros. ¿Se puede hacer eso? Sí, se puede. Cuesta, es difícil y sepan que cuando debo hacerlo o, al menos, intentarlo, y me siento aquí, frente a ustedes, frente al papel, siento vértigo. Una gran responsabilidad. Por fortuna, suspiro hondo, pienso en el tiempo y el olvido, pienso en los sueños, y entonces la palabra no se atasca; entonces empieza el viaje; entonces nacen estos artículos tan especiales.
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