Sirvan nuestras lágrimas
Mejor llorar en la intimidad. Lágrimas privadas reservadas para unos pocos. Durante mi niñez y adolescencia, también en mis primeros años de adultez, procuraba ocultar esas lágrimas
¿Por qué este artículo de opinión no trata de fútbol y nuevas estrellas en camisetas y firmamentos? Tampoco de besos y necesarias dimisiones. Nada ... de investiduras, pactos, alianzas y votos. No gira en torno a sombríos incendios y a la impunidad de quien los provoca; o acerca de muertes al otro lado del mundo. No versa -qué palabra más hermosa y tan deslustrada por el mal uso- sobre interminables olas de calor, continuas y cada vez más duras; sobre turistas y viajeros que se sienten exploradores en ciudades y pueblos que no los entienden; o sobre el eterno verano. No, no lo hace porque este artículo que hoy tienen entre sus manos trata de lágrimas.
Hay que ver qué lamentosa que es esta mujer que nos quiere dedicar sus, ¿cuántas son? ¿600 palabras? ¿700? -642 para ser exactos sin incluir títulos ni sumarios- para departir de algo tan penoso como las lágrimas. ¿Cómo es posible? ¿Acaso no hay temas más sugestivos e importantes que los lloros? ¿Qué tiene que ver esto del llorar con la actualidad o con el mundo? ¿Por qué dedicarnos a hablar del llanto si este suele traer consigo solo amargor?
Claro, respondo, hay y habrá temas más trascendentes. Depende de a quién se pregunte y en qué momento concreto se haga la pregunta, pero ¿saben?, cualquier cuestión, por significativa que nos parezca, está relacionada con las lágrimas. Sí, lo está. Y esas lágrimas, además, no simbolizan siempre lo mismo ni albergan en su interior un parecido sentir.
No me avergüenza aceptar que desde pequeña he sido de mucho llorar a pesar de vivir -me di cuenta de ello muy niña- en un mundo que lo castigaba, máxime si se lagrimeaba en público. Llorar provocaba que a uno se le viera como a una persona débil, aunque se fuera niña o mujer porque ellas, es decir, nosotras, en aquellos años tan hombrunos, teníamos más libertad para llorar. Pero no demasiado y no en público. Eso estaba mal. Causaba malestar y podía avergonzar a otros. Mejor llorar en la intimidad. Lágrimas privadas reservadas para unos pocos.
Cualquier cuestión, por significativa que nos parezca, está relacionada con las lágrimas
Durante mi niñez y adolescencia, también en mis primeros años de adultez, procuraba ocultar esas lágrimas. No quería ser débil o parecerlo. Una debilidad en la que, con el paso del tiempo, acabe viendo, más que una flaqueza, una especie de virtud. Un poder. Una liberación. Un huida. Una redención. Lágrimas que hoy se derraman, por fortuna, con más libertad y menos complejos.
Entonces, ¿seguimos con el asunto? ¿Vamos de veras a continuar con las lágrimas? Sí porque llorar nos hace libres. Así lo creo. Así lo siento. Las lágrimas son un descargo de sentimientos, de toda clase de sentimientos, y hay tantas lágrimas como sensaciones y personas; como tipos de gotas de lluvia; como sentires. Llorar de emoción, de alegría y felicidad; de tristeza y pena; de soledad; de amor y pasión; de odio y resentimiento; de ira y enfado... Muchas lágrimas. Lágrimas de verdad y de mentira. No me olvido de estas últimas. Dañinas e infectas.
Piensen ahora en cualquier tema que consideren de suma importancia, el que quieran, y visualicen sus ojos o los ojos de aquellos que forman parte del asunto pensado. ¿Qué ven? Lágrimas. Estoy segura. Siempre la hay. Por lo tanto, no les he hablado de fútbol y estrellas, dimisiones, investiduras, incendios, verano, calor o incluso de amores de verano, pero, en el fondo, sí lo he hecho porque en todos esos temas existen y están presentes muy diferentes tipos de lágrimas.
Sirvan pues estas lágrimas para darnos cuenta de que el mundo está lleno de ellas. Formado por ellas de hecho. Sirvan para entender su complejidad y su sentir. El que se ve a simple vista y el que se esconde cuando se humedece la mirada. Sirvan para sentirnos un poco más libres y también, más humanos.
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