Los currantes de Navidad
Las diferentes propuestas de ocio para la campaña festiva en la ciudad generan un centenar de puestos de trabajo | Son empleos eventuales, la mayoría para estudiantes, que suponen un ingreso extra para estas fechas
cecilia pérez
Domingo, 29 de diciembre 2019, 04:11
Para algunos, trabajar en Navidad es una obligación. Para ellos, supone «sacarse unos eurillos extras». Y para el resto, ese trabajo, el que ellos realizan, supone disfrutar «con otro color» de las fiestas navideñas. Las diferentes actividades programadas para esta campaña en la capital asturiana han generado más de un centenar de puestos de trabajo. Desde el mercado navideño de la plaza de Porlier a la pista de hielo y el tobogán del paseo de El Bombé. Son los escenarios de estos trabajadores que, ahora que han arrancado las vacaciones escolares, iniciarán su particular agosto en pleno diciembre.
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Laura García es la cara sonriente que se encuentran todos los que quieren acceder a la pista de hielo, ubicada en el Campo de San Francisco. «En un día bueno puedo llegar a vender mil entradas». Hasta el día 20 su horario era de lunes a viernes. Ahora, también trabaja los fines de semana. «Con las vacaciones de los niños es cuando más gente hay, sobre todo por la tarde».
Su labor se limita a vender las entradas, pero no se escapa de las típicas preguntas. «¿Aquí vendéis guantes? ¿Dónde puedo coger los patines? Eso me lo preguntan cada dos por tres», cuenta entre risas esta joven trabajadora.
Los usuarios encuentran la respuesta a todas sus dudas cruzando la puerta que separa las taquillas de la pista de hielo. Allí les espera Rubén Díaz a pie de mostrador. A sus 22 años asegura que estos trabajos navideños suponen «un buen ingreso que viene muy bien para la Navidad, porque está muy bien remunerado». Rubén se encarga de repartir los patines a pie de pista. «Recojo el calzado, lo identifico y les entrego los patines». Su trabajo arranca a las diez de la mañana y se prolonga hasta las ocho de la tarde. «Paro para comer tenemos una hora, aprovechando los tiempos muertos donde hay menos gente, que suele coincidir a primera hora de la tarde». Se encarga de gestionar 300 patines para todos los tamaños. «Tenemos tallas del número 26 al 46, pero calza un pelín grande».
Este es su primer año trabajando en Navidad y en una pista de hielo. «Es un trabajo ameno de cara al público. Así que te encuentras a gente muy amable y otra no tanto, pero yo siempre les recibo con buena cara y siempre con una sonrisa. Amabilidad ante todo».
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Junto a él, Alba Estrada se apura en colocarse los botines con las cuchillas para acceder a la pista. Es la monitora encargada de que todo discurra sin incidencias. «Mi labor es ayudar a los niños y a los mayores que no sepan patinar. Les indico cómo deben deslizarse. También pongo orden». En la pista hay normas de obligado cumplimiento. «No se puede romper el hielo con el patín, tocar las cuchillas, sentarse en las valla o ir en sentido contrario. Y aunque parezca mentira, a quien más tengo que reñir es a los adultos porque me hacen más caso los pequeños que los mayores. Al final del día acabo loca».
Esta joven forma parte de la plantilla que la empresa que gestiona la pista de patinaje de El Bombé ha contratado especialmente para la campaña navideña. «Es un trabajo esporádico que está muy bien. Mi horario es de mañana aunque en días especiales doblo turno».
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La cafetería de la pista es otro núcleo de trabajo navideño. En ella se encuentra Eva Menéndez. Lo mismo pone una caña que sirve un chocolate caliente o prepara unas palomitas. El bar cuenta con el mismo horario que la zona de patinaje. «Esto es como trabajar en cualquier cafetería, lo bueno es que aquí el ambiente es muy familiar, con niños y mucha Navidad, mucha ilusión».
Como curiosidad, Eva Menéndez explica que la bebida estrella de este local no es el café ni el chocolate ni la cerveza. «Es el agua, porque los críos salen muertos de sed de tanto patinar».
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A pocos metros, los niños también son los protagonistas del tobogán. Flotadores gigantes en mano, ascienden por la rampa de acceso para deslizarse por la pendiente sentados en sus 'donuts'. No es que alcancen gran velocidad pero alguno que otro necesita «una ayudita» para depurar la frenada. «Tenemos que estar atentos para que no se queden parados en la zona de frenada, que llegue otro y se lo lleve por delante». Lo cuenta David Famos, uno de los trabajadores del tobogán navideño. «Normalmente estamos entre tres y cuatro personas». Todos ellos suben y bajan rampas constantemente para controlar el tráfico de niños y flotadores. Frío no pasan.
De mercadillo
Los sesenta puestos del mercadillo navideño de la plaza Porlier también son un foco de empleo temporal. Mauro Asenjo y Rosa de Castro llegaron desde Gijón para vender sus garrapiñadas. Caldero de cobre al fuego, paciencia y mucha fuerza en el brazo para que no se peguen los frutos secos, el agua y el azúcar, los tres ingredientes básicos de este dulce navideño por excelencia. «A las seis y media de la mañana ya llegamos aquí para colocarlo todo, reponer la mercancía y empezar a elaborar el producto fresco», explica Mauro Asenjo. En un puesto al aire libre todo tiene que estar medido y controlado. «No es lo mismo que se te acabe el producto aquí en directo que en la tienda, donde está a mano reponer rápidamente la mercancía», explica Asenjo.
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Él y Rosa de Castro encarnan la tercera generación de un negocio cuyo origen está mucho más al sur, en Jaén para ser exactos. «Somos los nómadas de las garrapiñadas porque recorremos todos los mercadillos». Un trabajo donde la climatología juega un gran papel: «El tiempo puede ser nuestro aliado o nuestro enemigo», asegura esta pareja mientras dispensa unos cuantos paquetes de garrapiñadas.
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