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El cuadro está en el Museo Reina Sofía de Madrid. E. P.

Gernika y el perdón pendiente

El Estado español legítimo en 1937 era el de la República que encargó precisamente el cuadro a Picasso para denunciar el bombardeo ante el mundo

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 23 de noviembre 2025, 00:05

En los últimos días hemos vuelto a escuchar la petición de que el Estado español pida perdón por el bombardeo de Gernika. La demanda, formulada ... por el propio lehendakari Imanol Pradales en el Parlamento Vasco, apela a la idea de una deuda pendiente, aunque a la vez admite que el actual Estado español «nada tiene que ver» con el de 1937. «Simplemente se trata de hacer presente la verdad y la justicia desde el compromiso con la libertad y la democracia que debiera guiar su actuar. No reclamamos al Estado español ni más ni menos que lo que hará el presidente de Alemania», señaló el viernes en alusión a la visita que Frank-Walter Steinmeier hará a Gernika la próxima semana. El primer presidente alemán que visita la villa, convertida en un icono universal de la paz. Algo más que un símbolo.

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La exigencia de Pradales no es del todo nueva y es una recurrente petición del nacionalismo vasco. Su socio de Gobierno el PSE, discrepa totalmente de la iniciativa y es previsible que vuelva a expresar su desmarque. Y es que esta solicitud tropieza con un problema conceptual notorio: ¿De qué Estado español estamos hablando? Porque en 1937 el único Estado legítimo era la Segunda República, con un Gobierno en el que, por cierto, participaba como ministro Manuel Irujo, del PNV. Y fue ese Estado y ese Gobierno –no otro– el que encargó a Pablo Picasso el cuadro 'Gernika' una de las denuncias más poderosas contra la barbarie franquista ante la opinión pública internacional. Resulta cuanto menos paradójico sugerir que la España democrática, que se siente heredera precisamente de aquel gobierno bombardeado y desmantelado por la fuerza, tenga que disculparse por un bombardeo de una población civil crimen cometido por los aliados de quienes se alzaron contra ella.

Quienes defienden el perdón del Estado apelan a una especie de 'continuidad institucional': El Estado, según esa lógica, sería una realidad permanente, independientemente de quién lo gobierne. Es una tesis utilizada en otros países para afrontar crímenes de dictaduras pasadas, pero cuando ha habido una Guerra Civil, como es el caso, es más complicado. Si aceptamos ese planteamiento, entonces debemos aplicarlo sin selectividad. Y aquí surge la incoherencia: si el Estado español de hoy es moralmente responsable de los actos del régimen franquista, ¿no deberían hacerlo también todas las instituciones que sí apoyaron activamente el golpe del 36? Las Diputaciones de Álava y Navarra, por ejemplo, fueron aliadas tempranas de los sublevados. ¿Tendrían, entonces, que pedir perdón por esa colaboración institucional? Los navarros, que ocuparon Gipuzkoa con los requetés, ¿deberían disculparse en algún momento?

Es evidente que estas preguntas nadie las plantea porque son disparatadas. Pero justamente ahí reside el problema: se exige continuidad institucional solo cuando conviene, no cuando implica asumir responsabilidades incómodas más cercanas. La Guerra 1936-1939 no fue un enfrentamiento entre Euskadi y España sino un conflicto civil en la propia sociedad vasca ¿O es que olvdamos que muchos vascos también formaron parte de las bases de franquismo? El rigor histórico es necesario para abordar el debate. Existe otra forma más precisa de enmarcar la memoria histórica. El Estado legítimo en 1937 era la República. El bombardeo de Gernika fue obra de la Legión Cóndor y gran parte de los aviones que participaron en el ataque partieron del aeródromo de Salburua, en Vitoria. El régimen fascista surgido de un golpe no puede representar al Estado democrático, ni entonces ni ahora.

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Bajo esta perspectiva, pedir perdón en nombre de «España» por lo ocurrido en Gernika no solo es un ejercicio confuso, sino que diluye la diferencia entre democracia y dictadura, entre Estado legal y régimen impuesto por la fuerza. Gernika no fue un capítulo siniestro del Estado republicano: fue una agresión brutal contra ese Estado, contra su población civil y contra la legalidad vigente.

Reconocer y condenar el bombardeo de Gernika es una obligación ética de cualquier sociedad democrática. Pero otra cosa es solicitar un perdón que diluye la distinción fundamental entre víctima y agresor. La España democrática no es heredera moral de los sublevados, sino de aquellos a quienes bombardearon. Es heredera del Parlamento disuelto a tiros, del Gobierno destruido, de los funcionarios depurados, de los civiles perseguidos y del exilio que llevó a Picasso a pintar el «Gernika» como denuncia universal del fascismo. Esa España —la que encargó el cuadro de Picasso— no bombardeó Gernika. Fue bombardeada con ella. Pedirle que pida perdón corre un riesgo de confundir a la víctima con su verdugo.

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