Nací en Oviedo cuando tú ya tenías 63 años y un largo camino de activismo a tus espaldas. El mundo que encontré cuando abrí los ... ojos era afortunadamente distinto al que tú conociste en 1934, en buena medida gracias a ti. Sin embargo, cuando llegó a mis manos 'Mi vida en la carretera' (Alpha Decay, 2016), sentí una cercanía insólita a tus palabras. Me atrapó particularmente tu relato de la Conferencia Nacional de las Mujeres de Estados Unidos, celebrada en Houston en 1977, 20 años antes de que yo naciera:
«Houston no sólo me cambió a mí. He conocido a varias mujeres que estuvieron allí, y todas coinciden en que, de una manera o de otra, sintieron una transformación en sí mismas, así como en sus esperanzas e ideas de lo que era posible para el mundo, para las mujeres en general, y para ellas en particular».
De alguna manera, creo que Houston nos cambió a todas, incluso a las que tardaríamos 20 años en nacer, porque el coraje que inspiró en vosotras es la genealogía que sostiene nuestra propia lucha. Me conmueve el paralelismo entre lo que supuso aquella Convención de 1977 y lo que fueron las multitudinarias manifestaciones del 8 de marzo de 2018 para tantas mujeres españolas.
Aquel día primaveral en que cientos de miles de mujeres llenaron las calles del país pidiendo justicia cobró fuerza imparable un impulso transformador colectivo, pero también se avivó una llama de ilusión en los corazones de quienes vivimos aquel momento. Nunca volveremos a ser las mismas, porque hemos ganado conciencia de nuestra capacidad de acción, porque ahora sabemos que nos une mucho más de lo que nos separa. Porque ahora no estamos solas.
Siento que esta emoción nos acerca, de alguna manera, a tu legado. Y confío en que la emoción se transformará en aliento que nos guíe por la senda que ha marcado tu vida, que no es otra que la búsqueda de la justicia mediante la lucha política por los derechos de las mujeres. De todas las mujeres; porque, permíteme el parafraseo, no estamos únicamente asistiendo al triunfo de una mujer, sino de lo que nosotras también podríamos llegar a ser. Mujeres libres, al fin y al cabo. Mujeres que hagan con su vida lo que les apetezca.
Reconozco, por otra parte, que en ocasiones me ha entristecido la vigencia de tus palabras. Me gustaría poder leer tu historia con la extrañeza de quien se acerca a una curiosidad, y arquear una ceja porque me resultara imposible concebir que una escritora brillante fuera tratada como la nueva chica mona del año, o que el feminismo cuestionara la inclusión de las mujeres lesbianas en sus filas.
Sin embargo, he leído tu historia con la tristeza de saber demasiado actual esta lucha por la dignidad debida. Solo puedo confiar en que las más jóvenes mantendremos vivo el legado de quienes os habéis pasado la vida luchando por los derechos que ahora disfrutamos, y que lo ampliaremos para que nuestras hijas puedan permitirse el lujo de arquear las cejas ante el relato de injusticias que les sonarán terriblemente lejanas. Este es mi compromiso y sé que es también el de muchas, porque transitaremos juntas ese camino.
De momento, celebremos el Premio Princesa de Asturias que tan merecidamente te ha sido concedido: brindemos por el mundo más justo que nos has legado.
Con toda mi admiración.
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