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Un hombre se hace un selfi en un callejón de Melbourne delante de un mural sobre Erin Patterson. AFP

Asesinas domésticas

Los casos de 'Lady Veneno' ·

Repasamos algunos de los episodios más relevantes de la historia criminal tras la reciente condena a Erin Patterson, la australiana que mató a tres familiares con un hongo tóxico

Sábado, 2 de agosto 2025, 18:14

Ella tuvo tres maridos y a los tres envenenó con unas gotas de cianuro en el café. La asesina asegura que las víctimas no le ... guardan rencor porque derechos marcharon hacia un mundo mejor. Sin embargo, más allá de cuestiones éticas y el cuestionable perdón de ultratumba, hay que advertir que el riesgo que asumió es descomunal. La comisión de este delito supone una pena que oscila entre 15 y 25 años de cárcel e, incluso, la aplicación de la pena de prisión permanente revisable en casos agravados como el suyo. Pero la confesión no es cierta, sólo se trata de la letra de la famosa canción 'Lady Veneno', escrita por Moncho Alpuente y que Massiel popularizó hace ya medio siglo.

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Ahora bien, a veces, la realidad emula a la ficción. En julio de 2023 la australiana Erin Patterson acabó con la vida de tres personas con alevosía y un toque de gourmet. El planteamiento resulta a priori, un tanto surrealista. Ella invitó a su ex marido, ex suegros y a una pareja de tíos de su antiguo cónyuge, a un banquete en el que iba a comunicarles que le habían detectado un tumor. La revelación se acompañaba de la degustación de un solomillo Wellington. La noticia era falsa, pero el relleno de la carne incluía hongos de letal eficacia. Sólo el hermano de la madre política sobrevivió al almuerzo. El pasado 7 de julio, un jurado la declaró culpable del triple asesinato.

La niña murciana Piedad asesinó a cuatro hermanas. R. C.

Ni la agresión a los familiares, que se extiende a las figuras del filicidio y el fratricidio, ni el recurso a sustancias tóxicas, son fenómenos estrictamente contemporáneos. Tradicionalmente, se ha supuesto que la mano ejecutora era la de una mujer. «De cada diez casos, siete los protagonizan ellas», aduce la farmacéutica y criminóloga Marisol Donis, autora del ensayo 'Envenenadoras' (Alrevés Editorial). El estudio, publicado en 2002, era una crónica que abordaba los casos más relevantes de nuestra historia criminal. Su reciente reedición ha incluido estudios sobre las extranjeras que también han recurrido a esta manera de matar. «Desde que el mundo es mundo, el envenenamiento es un método habitual para acabar con la vida de personas de tu entorno», alega la autora.

Un método limpio

Las razones de tal predilección son variadas. «Se decantan por el veneno porque no se manchan con sangre y, además de limpio, resultaba difícil de detectar porque las manifestaciones eran similares a las de una enfermedad, Por ejemplo, se podían achacar a una gastritis». A veces, la sensación de impunidad generaba hábito. A mediados del siglo XIX, la inglesa Mary Ann Cotton envenenó, probablemente, a unas 21 personas, incluidos tres de sus cuatro maridos y once de trece hijos, antes de ser descubierta.

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El perfil de las artífices demuestra que son resolutivas. Aquellas que recurren a estas maneras son, según su estudio, personas muy controladoras y perfectamente conscientes de las circunstancias de sus potenciales víctimas, una condición sine qua non para llevar a cabo sus planes. Tradicionalmente, el uso del veneno proporcionaba ventajas tan interesantes como la dificultad de rastrearlo. «También, solían ser inteligentes y contaban con un plan B, es decir, cuando venían mal dadas, derivaban las sospechas hacia el más vulnerable, quien no sabía o podía defenderse», apunta.

La bella Rosemary fallece intoxicada en la fiesta de cumpleaños celebrada en un prestigioso restaurante. No ha sido un accidente, sino un envenenamiento provocado. Este hecho es el punto de partida de 'Cianuro espumoso', la novela de Ágatha Christie. La famosa autora mataba convincentemente porque había ejercido como enfermera al cargo de una farmacia durante la Primera Guerra Mundial, cuando los fármacos se elaboraban manualmente.

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La novelista aprendió nociones de química y posología, de sintomatología y demás propiedades tóxicas, tan útiles en sus argumentos prolijos en víctimas inesperadas y culpables inesperados. Pero ese dominio técnico no era frecuente entre las asesinas peninsulares del siglo XIX, según Donis. «Lo curioso es que no sabían envenenar», asegura y explica que, a menudo, su ánimo criminal se nutría de relatos de sobremesa en los que se mencionaban antiguos sucesos luctuosos transmitidos oralmente.

Pilar Prades. R. C.

Esos testimonios alentaban la intención homicida y los rudimentos procesuales. «No se complicaban la vida», indica. «Acudían a los insecticidas o plaguicidas, al veneno para ratas que contenía estricnina, a aquello que tienen en casa, no salen a comprar un compuesto específico, incluso se valían de tintes con los que se teñía la ropa en tiempos de luto. No esconden el producto. Permanece a la vista de todo el mundo en el estante donde siempre lo han colocado».

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La nueva edición de su investigación pretende establecer las diferencias con sus colegas extranjeras. «Ellas sí que adquieren preparados específicos, a menudo derivados del opio, y llegan a falsificar recetas para conseguir los productos», señala. «También recurren frecuentemente a alterar las copas o tazas de té o café, mientras que aquí somos más de guisar».

La historia de Yiya Murano resulta paradigmática. Quienes prestaban fondos a la emprendedora bonaerense fallecían antes de recibir los beneficios de sus inversiones e inmediatamente después de concertar una cita con la interfecta. El descubrimiento de cianuro alcalino en el cadáver de una de las victimas provocó su captura y enjuiciamiento en 1979 y pasó dieciséis años en la cárcel. Su historia fue llevada a la televisión y en 2016 se estrenó la obra dramática 'Yiya, el musical'.

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La crónica nacional también cuenta con protagonistas que han dejado notoria huella e implicaciones que se expanden más allá del mero relato de sucesos. Pilar Prades sintetiza la atmósfera mísera de la España autárquica. Esta castellonense, de origen pobre y analfabeta, sirvió en 1954 en una charcutería de Valencia regentada por un matrimonio. Poco después, la esposa enfermó y falleció. Luego entró a trabajar como doncella en el domicilio de un militar. Como había sucedido previamente, su esposa y la cocinera empezaron a experimentar fiebres altas, dolores y vómitos.

Las sospechas llevaron a un registro de las pertenencias de la sirvienta y al hallazgo de un remedio para matar hormigas con base de arsénico. La mujer confesó en circunstancias abusivas, tras 36 horas sin comer ni dormir. Fue condenada a la pena capital y se convirtió en la última mujer ejecutada en España. La actriz Terele Pávez la interpretó de forma desgarradora en un capítulo de la serie televisiva 'La huella del crimen'.

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Aún más atroz se antoja el caso de la niña Piedad que vio morir a tres hermanos de once meses, dos y cuatro años, en el plazo de diez días. La pequeña, de doce, cuidaba de los siete hijos menores del albañil Andrés Martínez del Águila y su esposa, vecinos de Murcia en 1965. Se sospechó que la causa de la mortandad era un foco de meningitis hasta que falleció el cuarto. La Policía descubrió que la muchacha utilizaba una mezcla de limpiametales y matarratas para deshacerse de los suyos. Al parecer, alegó que el cuidado de la nutrida prole le impedía jugar con sus amigas.

El perfil de las homicidas demuestra que son resolutivas y muy controladoras

El recurso femenino al veneno también aparece asociado a la penuria y la sordidez en el caso de Francisca Ballesteros, uno de los últimos episodios de este sórdido relato. La peripecia de esta ama de casa residente en Ceuta comenzó con el ingreso hospitalario de su marido en 2003 y la muerte por fallo multiorgánico. A raíz del deceso, los vecinos descubrieron que los dos hijos del matrimonio también estaban enfermos y alertaron a las autoridades.

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Evidencias

La hija, de quince años, falleció, pero su hermano pudo salvarse. Las autopsias revelaron la existencia de carbimida, zolpidem y otros sedantes. Las sospechas se incrementaron tras conocerse la muerte previa de un bebé de seis meses y las condiciones extrañas en las que perecieron sus padres y hermanos. Su confesión descubrió que la posteriormente conocida como 'la envenenadora de Ceuta' pretendía emprender una nueva vida con un hombre que había conocido a través de internet.

Yiya Murano. R. C.

El caso de Patterson se antoja más una excepción de otro tiempo que la expresión de una práctica común. El empleo de estricnina y anilina se ha reducido significativamente por su alta toxicidad. «Además, se ha cambiado radicalmente la metodología policial y, ahora, el primer paso es abordar cualquier atisbo criminal», indica. «Los medios técnicos actuales facilitan rápidamente la obtención de evidencias».

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Los recursos digitales también han contribuido a disipar la ponzoñosa aureola relacionada con este tipo de asesinatos. En el caso de la australiana, el historial de su computadora descubrió que había visitado webs de avistamiento local de hongos y la página de íNaturalist, donde también se divulgan las propiedades de estos elementos silvestres. El progreso tecnológico, al parecer, ha arruinado la mística de la crónica negra más doméstica.

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