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HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

El enano de La Magdalena y los siete frailes peregrinos

Grandas de Salime. La colegiata de San Salvador, el Museo Etnográfico y el Chao Samartín son tres tesoros del camino que bien valen echar un día antes de afrontar la subida al Alto del Acebo

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Miércoles, 5 de enero 2022

Quien vaya de camino a Grandas de Salime debe saber que allí hay tres tesoros por los que vale la pena echar un día antes de afrontar la subida al Alto del Acebo: la colegiata de San Salvador, el Museo Etnográfico y el castro de Chao Samartín. Que los dos últimos existan y se puedan ver se debe al inolvidable José Naveiras Escanlar, Pepe el Ferreiro, como tantas cosas del concejo por el que tanto hizo y tan mal se le pagó. Una tarde de a comienzos de septiembre, más o menos por esta época, al poco de que se acomodara el museo que creó en el recinto de la antigua casa rectoral, entramos a visitarlo un grupo de amigos. Allí, en una de las estancias que albergaba uno o varios –no recuerdo– alambiques para destilar aguardiente, estaba Pepe de tertulia con un paisano de A Mesa, uno de los últimos de allí que comerciaba el orujo hecho en su casa. Alguien le preguntó al Ferreiro por el Chao Samartín y allí, entre copina y copina de caña, hablando de piedras, acabó derivando la conversación hacia el túmulo megalítico sobre el que está levantada Santa María Magdalena en el pueblo del viejo aguardenteiro. Éste saltó como un muelle al oírlo mencionar y nos relató algo al respecto que él había escuchado de neno en un calecho (la otra denominación de filandón que se usa por allí). Era la historia de un enano que vivía debajo de la ermita, guardando el túmulo.

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El vecino de A Mesa recalcaba lo de enano, porque de ser mouro –como se les llama entre el Navia y el Eo a una variopinta parroquia de seres del trasmundo– debía de estar muy cristianizado, ya que, según se contaba, no solo custodiaba su secreto subterráneo sino también el templo y como no

se llevaba muy bien con el cura, aunque era de misa diaria, bajaba hasta la villa de Grandas a comulgar todas las tardes en la Colegiata. Tenía el don de la invisibilidad y su presencia en misa solo se delataba los días de lluvia, porque dejaba un charco de agua en el banco donde se sentaba. Luego, al caer la noche regresaba a su escondrijo en el subsuelo de La Magdalena y ya no volvía a salir hasta la hora de bajar al oficio en San Salvador de Grandas. Había quien aseguraba que debajo de las lousas de pizarra donde dormía guardaba un tesoro y que ya estaba allí enterrado antes de que construyeran la iglesia.

En cierta ocasión llegaron a Grandas de Salime siete frailes de Oviedo que hacían el camino a Compostela. Les había pillado una jornada de las de llover y no parar, y cuando al acercarse a la Colegiata vislumbraron los amplios soportales que la rodean, se arrodillaron sobre el empedrado de la calle, dando gracias a El Salvador por aquel techo que les brindaba como caído del cielo. Era ya media tarde y los peregrinos pudieron secarse en parte antes de que sonaran las campanas para la misa. En el interior del templo les llamó la atención un reguero muy fino que parecía recorrer el pasillo central. Lo comentaron con unos vecinos a la salida del oficio, mientras hacían tiempo en los soportales a ver si escampaba, y éstos les desvelaron que se trataba del enano de La Magdalena. A alguno de ellos se le escapó revelar también lo que se decía del tesoro que guardaba y esa noche, los frailes se reunieron para decidir la manera en que podían apoderarse del botín del enano: «En nuestro convento se pasa necesidad y los hermanos se alegrarán cuando se lo llevemos», razonaron.

El viejo aguardenteiro relataba que los frailes esperaron a que el guardián del túmulo saliera al día siguiente para bajar a misa a Grandas. Dejaron sonar la última campanada en la villa y se pusieron a excavar todos a una bajo la iglesia de La Magdalena. Muy pronto consiguieron llegar a una cámara abovedada y maravillados pudieron comprobar que no era ningún cuento el tesoro: toneladas de objetos de oro y de joyas con piedras preciosas se extendían por la galería entera. En sus sayones de esparto no cabía todo y se pusieron a discutir entre ellos a ver qué se llevaban, tanto, que el enano acabó sorprendiéndolos al regresar de misa. Por lo visto, además del don de la invisibilidad, poesía otros superpoderes igual de extraordinarios e indignado quiso castigar la codicia de los frailes de Oviedo devolviéndoles al primer lugar que habían pisado a techo en Grandas de Salime, los soportales de la Colegiata y dejarlos allí petrificados hasta el fin de los siglos. Son las siete cabecitas que forman los canecillos sobre los dos sepulcros medievales que se conservan en un lateral del porticado. El enano de A Mesa decidió que no eran dignos de llegar a Santiago.

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«Los soportales de la Colegiata se hicieron para cobijar a los peregrinos»

Allan Eduardo Cerdas Gamboa Párroco de San Salvador de Grandas

Gamboa, lleva a cargo de la parroquia de San Salvador de Grandas de Salime desde hace algo más de dos años, tiempo suficiente para ser testigo privilegiado de la afluencia de peregrinos en su paso por la capital del concejo, el último asturiano que recorren en la vía primitiva a Santiago. «El año pasado se notó mucho el descenso debido a las restricciones de la pandemia y este, especialmente durante el verano, ha vuelto a aumentar de forma espectacular», explica el sacerdote, feliz por poder acoger de nuevo a los caminantes en la iglesia que atiende y prestarles los habituales servicios religiosos: «Nuestra labor consiste en celebrar para ellos las misas del peregrino, diarias durante el verano, excepto los miércoles y en esta ocasión, debido a la reducción de plazas en los albergues, también hemos tenido que prestar asistencia a muchos de ellos alojándolos en las instalaciones parroquiales», relata.

Cerdas Gamboa recuerda que «la propia iglesia está consagrada a San Salvador y en el retablo, los santos son todos peregrinos: Santiago, San Roque. Este templo ha tenido siempre una gran importancia en el Camino. Los soportales fueron hechos especialmente para los peregrinos, se construyeron para que tuvieran un sitio en el que cobijarse». Él mismo ha peregrinado a Compostela «por etapas» y por su propia vivencia, y las que le transmiten los viajeros jacobeos, asegura que «El Camino no deja indiferente a nadie, es una vía de enseñanza para la vida. La experiencia de subsistir con muy pocas cosas te cambia y enriquece el alma. También el pensar que uno va por lugares por los que han pasado miles de personas a lo largo de la historia». También por miles se han contado los peregrinos que han pasado por Grandas este verano: «Nos han desbordado. A partir de ahora son ya menos, pero llegan durante todo el año, incluso en invierno. El Camino Primitivo es muy especial», asegura el párroco.

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