Cañones urgentes en la costa
Causó polémica, en pleno contexto bélico, que en un periódico asturiano se dijera que no corría prisa fortificar los puertos cantábricos
EL COMERCIO se mostró indignado, pero, elegantemente, tampoco dijo el nombre del pecador. Ocurrió que hace hoy 125 años abrimos nuestra portada pidiendo «más sensatez» ... para la prensa asturiana, en una de cuyas cabeceras, al parecer, se habían escrito «ciertas frases y conceptos impropios de una publicación que se tenga por medianamente seria, porque no se concibe que haya quien se atreva, sobre todo en las actuales circunstancias, a dar consejos y a exponer bravatas sobre cosas tan serias como son los preparativos que se están llevando a cabo para fortificar algunos puertos de la costa Cantábrica». Estos (consistentes en artillar nuestras costas con cañones de fuerza, «de poderoso alcance») no eran, a criterio del periódico en cuestión, urgentes. Que no corrían prisa, vaya.
La afirmación, a criterio de EL COMERCIO, implicaba «desconocer por completo nuestras costas (...) Nuestro silencio en esta ocasión sería poco patriótico si no nos hiciéramos eco de ciertas noticias lanzadas a la publicidad, en las que se nota en su forma una especie de pesar del bien ajeno, que llevada a tal extremo, no puede menos de causar el desprecio de toda persona honrada». Con España combatiendo en el Caribe y en Filipinas, se temía que algún día los buques de guerra norteamericanos se dirigieran a la Península. Entonces, decíamos, «forzosamente deberán presentarse a la vista de la costa Cantábrica, puesto que los mares del Mediterráneo se encontrarán vedados para ellos».
Una protección necesaria
En esa disyuntiva, que Dios quisiera que no llegase (y no llegó), «uno de los puertos más comprometidos sería sin duda alguna Gijón, ya que por su matrícula es conocido como todos los puertos del mundo, y más que nada por su importancia y por sus relaciones comerciales». Una ciudad que se preciaba de hospedar «con orgullo» a «cientos de jóvenes que visten el honroso uniforme de militares» no podía quedar desprotegida. Solo cuando todo acabase el Gobierno debería licenciarlos «para que vuelvan al taller, al campo, a empuñar los instrumentos del artista o los aperos de la labranza». No quedaba mucho para eso... para nuestra desgracia.
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