Un espía yanqui en el Cerro
La aparición de un extranjero con el bigote teñido, anteojos y tomando notas levantó las sospechas de la autoridad
Jueves, 27 de abril 2023, 01:47
1898. Hace 125 años.
Entiéndase el contexto: andábamos en plena guerra con los Estados Unidos, allá en La Habana, y ocurrió lo que tenía que ocurrir: que cualquier persona con extraño aspecto acababa siendo sospechosa de todo. Aunque de la guerra nos separase todo un océano. «Ayer fue detenido en esta villa», dijimos hace hoy 125 años, «un extranjero, a quien por su aspecto y trazas se le tomó en los primeros momentos por un 'yankee'». Cosa mala. Al interfecto se le había visto en la batería de Santa Catalina portando anteojos, una cartera en la mano, tomando apuntes con la otra y, para más inri, vistiendo sombrero hongo y «notando algunas personas que llevaba teñido de negro el bigote».
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Sospechoso, cuanto menos. No mejoró la cosa cuando, requerido el presunto 'yankee' por un tal Fernández, a la sazón cabo de la guardia urbana, este contestó que carecía de documentación personal. De modo que fue conducido a la Comandancia. Allí aseguró ser natural de la colonia inglesa de Traanswal, es decir, de Sudáfrica, «habiendo embarcado en Villagarcía y tomando después en León la línea de Asturias». Políglota -hablaba francés, alemán e inglés-, justificó su presencia en la ciudad por la necesidad de embarcar con destino a Dunquerque, pero no convenció. Todo nos sonaba sospechoso en su historia. Por ejemplo: que no hablase ni gota de castellano, «a pesar de que se hallaba leyendo un periódico local en el momento de detenerle el cabo Fernández».
Pasaporte en la maleta
Hubo que avisar al cónsul inglés. Raudo a resolver el problema, llegó minutos más tarde a hablar con el bigotudo quien ostentaba ese cargo: el señor Pellington, «y tras unos momentos de conversación con el extranjero, afirmó que no se trataba de un 'yankee'. Pidióle luego el señor Pellington el pasaporte, y el detenido contestó con vacilación que le parecía tenerlo en una maleta que había dejado en la estación del Norte». Allá se fueron, previo convite al extraño en el hotel de la Marina, por si acaso habíamos metido la pata. Que lo hicimos: allí, en las maletas, estaba la documentación. Tanto daba. «Sospechoso... o chiflado», titulamos. ¡Una de dos!
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