Los intereses de todos
Los representantes que defendieron al Musel en el Congreso de Ultramar sevillano fueron gratamente recibidos de vuelta por la ciudad
La gestión era tan difícil como importante. Digna de homenaje, y así se hizo. Hace un siglo, el regreso a Gijón de «los representantes municipales ... y de la Cámara de Comercio que de Sevilla llegaban con la satisfacción del deber cumplido». Que no era otro más (ni menos) que el de defender al Musel como puerto de primer nivel en el Congreso de Ultramar. «Ha habido que exponer a aquella numerosísima Asamblea, en la que figuraban más de 800 representantes de España y Ultramar, las razones en que Asturias apoyaba sus pretensiones, y lo hizo con notoria brillantez el alcalde de Gijón». Lo era quien posa ufano en la foto que se publicó en EL COMERCIO, señalado con el número 1: Arturo Rodríguez Blanco.
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La empresa fue exitosa. Los comisionados lograron «que el Musel no quedase exceptuado de la habilitación portuaria, aparte de otras mejoras». Y llegaron después, desde Sevilla, a la estación del Norte. Allí, desde antes de la hora anunciada para la llegada del correo, se apostaba el público, dispuesto a homenajear a los viajeros. Entre otros, en el 'team' de los homenajeadores, se encontraban el alcalde en funciones, José Pérez Cofiño; José Domínguez Gil, vicepresidente de la Cámara de Comercio; Casimiro Velasco y Cayetano Úbeda, de la Junta de Obras del Puerto; Carlos Cienfuegos Jovellanos, diputado; Gutiérrez Barreal, presidente del Ateneo Casino Obrero de Gijón; el presidente de la Patronal, Enrique Cangas. Y más.
El convoy llegó a las once menos diez, «con muy poco retraso», y el fotógrafo de EL COMERCIO esperó su momento: disparó justo después de que, según contamos en nuestra crónica, «al apearse del vagón el señor Rodríguez Blanco se le acercó el alcalde en funciones, don José Pérez y Cofiño, quien estrechándole la mano le dio la bienvenida y le felicitó en nombre del pueblo de Gijón». Le siguieron otros tantos, Blanco, «visiblemente emocionado», se dejaba querer. Y ya. No hubo banquetes ni palabras oficiales: solo un reconocimiento sincero al que siguió la vuelta a casa en los respectivos carruajes de cada comisionado. De tanto pelear en el sur, lo que sobraban eran ganas de lar.
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