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Miércoles, 17 de mayo 2023, 01:45
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Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, pero la que hace 50 años publicó EL COMERCIO, descorazonadora de por sí, aún se hacía más terrible con contextualización. En la imagen, ahí la ven, yacía sobre una cama de paja uno de los perros custodiados por el albergue de animales gijonés. Según contaba un representante de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas, el can había sido recogido en Roces, con evidentes señales de haber sido objeto de malos tratos. Llevado ante Luis Ortega, el veterinario de la Sociedad, se encontró que tenía «una herida profunda en el rabo producida por estrangulamiento, causada por un alambre, y síntomas de gangrena. Desde luego hubo de amputársele el rabo, y curarle la pata delantera izquierda, que también tenía alambres».
¿Lo peor de todo? Que no era un hecho aislado. «En el albergue tenemos un 50% en estas condiciones», nos contaban.
Así las cosas, no extrañaba que día tras otro fueran noticia las mordeduras de perros callejeros. ¿Culpa del animal o de quien no cuidaba de que no existieran abandonos?
Estos, al igual que las mordeduras, también abundaban, sobre todo «en lugares distantes del núcleo de población», pero no salían en las noticias. «Muchos padres adquieren un pequeño perro para entretenimiento de sus hijos. El perro crece y es entonces cuando, a criterio de los padres, el pobre perro, que tanto entretuvo a sus hijos, estorba. El expediente es sencillo. Cogen el can, lo llevan a un lugar lejano de su domicilio y allí lo abandonan».
El egoísmo de los humanos traía, entonces, consecuencias. «El animal, entonces, se convierte en lo que calificaríamos de vagabundo, con todos los resentimientos, con todo el trauma psíquico animal que una acción de estas supone». Asilvestrado, en fin, y con un miedo fundado a la especie animal que le hizo daño. Para intentar erradicar ese mal, la Sociedad Protectora de Gijón ofrecía servicios veterinarios, prestaban consejo «a cada caso que se nos presente» y hacían las veces, incluso, de hotel canino para cuando los dueños de los perros se fueran de viaje. Quedaba camino por recorrer.
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