Una proyecto de arte vivo

Cuando se inauguró, los andenes carecían de los actuales paneles que protegen a los viajeros del frío y el viento. Esa especie de guiño a los soportales avilesinos generó críticas. No protegían ni del viento ni de la lluvia. Así surgió la idea de instalar paneles entre los arcos. Protegían, sí; pero eran feos. Y para aminorar el impacto estético, el Rotary Club de Avilés convocó un concurso de ideas artísticas con el fin de embellecer el lugar.

En junio de 1997, se conocía que el avilesino Carlos Suárez Fernández, licenciado en Bellas Artes y profesor en un instituto, ganaba el concurso con 'El bosque encantado', una obra donde hacía memoria a los bosques existentes en el pasado en la ciudad y toda su mitología.

Pasado un año del reconocimiento, la obra aún no tenía fecha para hacerse. Pero era un «proyecto vivo», según titulaba Pascual Cabaño en un artículo publicado el 24 de junio.

Su afirmación no era baladí. Por esas fechas, la obra de Suárez protagonizaba una exposición en La Coruña en la sede del Colegio de Arquitectos. Y también por esas fechas se podía ver en Bélgica, dentro de la colectiva dedicaba a la 'Obra gráfica de Asturias'.

A la espera de la ejecución, Carlos Suárez miraba con optimismo el proyecto. El tiempo transcurrido le había permitido reflexionar y experimentar sobre los mejores materiales para su realización.

No sólo eso. Carlos Suárez también destacaba otros elementos de interés como el debate ciudadano sobre la obra, su participación en debates y las exposiciones en las que se exhibía a la espera de su materialización.