Rambal, puro teatro
La popular compañía dramática volvió a Gijón con un ramillete de obras truculentas y de estreno. Debutó en la ciudad en 1917
Viernes, 28 de abril 2023, 02:22
1923. Hace 100 años.
Con el buen tiempo siempre volvía a Gijón Rambal. En este punto cabe aclaración, porque tiempo después un querido 'playu' le quitaría el monopolio del nombre: me refiero, claro está, a Enrique Rambal, actor y director valenciano que en los años 20 triunfaba doquiera llegase su compañía. Hace un siglo exacto, ese lugar fue el Teatro Dindurra. Trajeron, los de Rambal, seis funciones únicas, todo estrenos, apasionantes precisamente por lo mismo por lo que destacaba la compañía: el histrión. No en vano el nombre completo del grupo era 'compañía dramática de obras policiacas, norteamericanas y de gran espectáculo Rambal'.
Los valencianos trajeron al Dindurra 'El sol de los muertos', obra alemana de Oscar Fulton; 'La tumba de nieve', «extraña y descorcentante, último gran éxito de París»; 'La mujer adúltera' de Pérez Escrich; 'Una luz en las sombras', «lindísima y delicada comedia norteamericana», 'Las flores de la guillotina', «formidable drama de la época del Terror en Francia, traducido y escenificado al español por Gregorio Martínez Sierra», y 'París-Lyon-Mediterráneo' . «emocionante melodrama cumbre, de grandes efectos escénicos, verdadera película viviente». El reclamo, publicado en EL COMERCIO, adelantaba ya que el cine, poco a poco, comenzaba a hacerle sombra al teatro... pero no al que traía Rambal.
Esos días, además, reinó el sol, y se colgó el 'no hay billetes'. Imposible conseguir entradas. «Sigue la cola en el Dindurra», diríamos días después, «para emocionarse ante las obras sentimentales o terroríficas que brinda la compañía de Rambal». Tan fuerte era el compromiso del público con Rambal que, tres lustros después de aquel paso de la compañía por Gijón, tras la Guerra Civil, tampoco las tendencias republicanas del valenciano consiguieron acabar con la compañía en los años siguientes. Solo podrían hacerlo la carestía, las deudas y una gira, la del 50-51, que no gustó allende los mares. No podían acabar de otra forma los días de Rambal: todo en él, desde la profesión hasta la vida, estaba llamado a ser trágico. Los gijoneses de hace un siglo lo sabían bien.