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El poeta Joan Margarit. ENRIC FONTCUBERTA / EFE

Joan Margarit: «El castellano es lo único bueno que me dio Franco»

El poeta Joan Margarit se hizo ayer con el Cervantes. «Los premios sirven para que te conozcan», nos cuenta

MIGUEL ROJO

Viernes, 15 de noviembre 2019, 02:43

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Quedo con Joan Margarit en el hotel Alcomar de Xixón, donde se aloja. Ha sido invitado por la Sociedad Cultural Gesto para participar en sus encuentros poéticos 'Letriberia'. Margarit es, sin duda, el poeta catalán más leído y querido en este país. No nos vemos desde hace ocho o diez años, y él acaba de cumplir 81. Mientras lo espero, temo ver salir del ascensor a un hombre vencido por la edad, encorvado, y lo que me encuentro es a una persona llena de vitalidad, afable y con un estupendo sentido del humor. «Mira», me dice, «la vida es espléndida para vivirla una vez, no sirve para vivirla de dos. No quiero volver atrás. Sería insoportable. En el universo todo es único y no se detiene, todo se transforma en otro. Así que no tengo tiempo para pensar en esas bobadas sobre la muerte. Como decía Yeats, en un magnífico verso: 'El hombre creó la muerte'. En realidad, todo esto de la muerte es un invento de los curas para controlarnos mejor». Y se ríe a grandes carcajadas sin dejar de gesticular con las manos.

Acaba de ganar el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de este año, pero aún no sabía que su nombre iba quedar ligado para siempre al Cervantes. Le pregunto sobre la vanidad y los premios: «Los premios sirven para que te conozcan. La poesía es, junto con la música, una de las herramienta más potentes para emergencias íntimas de una persona, como el sufrimiento, y no porque sean mejores que otras artes, sino porque siempre están a mano. Poesía y música. La poesía está más cercana a la música que a la prosa o a la filosofía. Y si uno piensa que su poesía puede consolar a alguien, los premios sirven para que esa persona que lo necesita llegue a conocerte. Y esto que digo está muy alejado de cualquier tipo de vanidad».

Le comento unas declaraciones de Gamoneda en las que afirma justo lo contrario, que la poesía no sirve para nada en esta sociedad. Se ríe al oírme y exclama: «¡Bueno, es que Gamoneda está en la Luna, siempre lo ha estado!».

Margarit, que fue arquitecto de profesión y profesor de universidad, ha tenido un profundo contacto con las matemáticas y la enseñanza. Le pregunto si hay relación entre las matemáticas y la poesía. Pero él se descuelga y me dice: «El problema de la poesía a partir del siglo XX es que no hay lectores y gran culpa de esto la tienen los profesores que explican poesía sin ser lectores de poesía. Así que yo preferiría que no se explicara poesía en los institutos. Es muy difícil transmitir a un chaval de catorce años que hay algo que se llama poesía y que te puede servir el día de mañana para ayudarte si quien te lo trasmite jamás ha leído un poema. Eso no funciona. Luego se hacen tesis sobre poesía y creamos la Cultura con mayúscula, pero las cosas son mucho más sencillas».

Estos encuentros de 'Letriberia' están creados con el afán de dar a conocer a escritores en las otras lenguas de España. Le pregunto si la lengua en la que se crea condiciona el resultado final de la obra.

«De una forma total», afirma sin ninguna duda. «Para empezar, no hay ningún poeta en la historia que haya escrito sus poemas en una lengua que no sea la materna. Yo empecé a escribir en castellano, mi casi otra lengua materna, pero no funcionaba. Me costó trabajo entender que quizás era la lengua que empleaba la culpable y me pasé al catalán. Esto me produjo un exceso de entusiasmo que hizo que el resultado tampoco fuera el que yo buscaba. Solo a partir de los cuarenta años empiezo a estar satisfecho. Por eso en mi obra completa los primeros poemas que aparecen son de esa época. Ahora, cuando escribo, empiezo en catalán el poema y prácticamente a la vez voy escribiendo la versión castellano. Esto enriquece notablemente el producto final».

Le recuerdo unas declaraciones suyas en las que afirmaba que la lengua castellana le ahogaba.

Da un salto en el sofá en el que estamos sentados y levanta mucho los brazos: «¡No, no! Lo que me ahoga es la política española. Las lenguas son inocentes. Mis padres pierden la guerra y se callan para que sus hijos no corran riesgo alguno, y es en ese silencio donde aparecen los coscorrones de desconocidos por 'no hablar en cristiano'... El castellano es lo único bueno que me dio Franco, ¡a patadas, eso sí!, pero no pienso devolvérselo».

Antes de despedirnos surge el inevitable tema de esto días: Cataluña. «No soy optimista. Esto lo tienen que resolver los políticos, pero los políticos no bajan del cielo, son productos de la tierra, y algo nos debe fallar a los catalanes por un lado y a los españoles por otro, algo que lleva fallando hace mucho tiempo pero que ahora se pone más de manifiesto. Pero a mí ya todo me da igual. Estoy harto de hablar de los dioses y de la patria. Media vida cargando con ellos y otra media tratando de olvidarlos. Yo solo pido que con mi edad me dejen en paz».

Ha llegado el otoño a la calle y también, por lo que parece, a este país nuestro. A las puertas del salón donde va a tener lugar el recital de Joan Margarit, la gente espera. Saben que merecerá la espera.

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