Arte en Cimadevilla, ¿sí o no?
Opiniones dispares se vertían sobre la iniciativa municipal de convertir las calles del barrio alto en salas de exposiciones
Andaba Cimadevilla, hace 25 años, en proceso de cambio. El antaño barrio de pescadores se gentrificaba; atraía a turistas tanto como a bohemios, y, así las circunstancias, se iban generando roces. En el verano de 1998, la Sociedad Mixta de Turismo y Festejos del Ayuntamiento de Gijón llevó a cabo la muestra de arte público 'A Península', que convertía las calles del barrio alto en salas de exposiciones de arte urbano en todas sus categorías de expresión: plástica, escénica, audiovisual o lo que pintase. «Es una ocasión especial para visitar Cimadevilla y verla con otros ojos», explicaba por entonces Antonio Criado, responsable de la Sociedad.
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Desde el otro lado del tablero de juego, César Menéndez aseguraba en páginas de EL COMERCIO que «Cimadevilla no es cuna bohemia». «Nadie preguntó a los vecinos si esto les gusta», aseguraba. «Lo que no admiten [los vecinos] es perder la identidad del barrio. A nadie de ellos le interesan los llamados artistas de vanguardia; a nadie importa si lo que allí se hace son obras de arte (...) Nadie pregunta si Cimadevilla puede ser un barrio bohemio, de artesanos, de modernismos, amparo de viejas edificaciones, que ven sus fachadas con extrañas pinturas». Contra la propuesta artística municipal, Menéndez reivindicaba el «no perder su sabor marinero, sus costumbres ancestrales, de pescadores, redes y llamadas de madrugada para ir a la mar. ¿Por qué no tratar de devolverles su pasado?».
Difícil empresa la de retornar a los tiempos que fueron. Los impulsores de la muestra reivindicaban, por su parte, «que la gente que pasee por Cimadevilla se involucre en lo que ve, porque además de ser una buena oportunidad para los artistas, es también una manera de rehabilitar un espacio deteriorado». Para Menéndez, sin embargo, «el barrio no quiere modernismo, quiere tradición. La gente del barrio quiere sencillez, interpretación directa, vivir con sus tradiciones. Cimadevilla no necesita de nuevas etiquetas, ya las tiene desde que Gijón era Gigia». Hoy se sabe, sin embargo, que Gigia está, en realidad, en León, y los pescadores no han vuelto a Cimadevilla. La vida.
En esta sociedad en la que hay tantas iglesias como bares, con muchos y variados predicadores, hay personas que se preguntan: «¿Estoy en la verdadera iglesia?». El Espíritu es el vínculo que une a Jesús con su Iglesia y se nos invita a dejar que Dios llegue a nosotros y no pretender llegar nosotros a Él para encerrarlo a nuestra medida; se nos invita a no manipular el Espíritu y a estar dispuestos a recibirlo. La Iglesia no es la historia de unos hombres «iluminados por su sabiduría», sino la historia que el Espíritu ha escrito a través de unos hombres guiados por Él.
Cuando nos falta la fe, el comportamiento cristiano se viene abajo y sentimos miedo. Miedo a que nos vean como somos. Y, como mecanismo de defensa, aparentamos: hacemos mucho teatro, confundimos la fe con hacer muchas cosas y vivimos en la superficie y de las apariencias. No queremos defraudar la opinión que tienen de nosotros y hacemos lo que gusta a los demás para impresionar.
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Pero la Iglesia de Jesús fue edificada por el Espíritu y no podemos modificarla a nuestro antojo, porque crearíamos otra iglesia, una torre de Babel que representaría el orgullo, la ambición y la confusión. Como decía C. S. Lewis: «El problema de los cristianos es que predicamos mucho el cristianismo, pero nos hemos olvidado del Espíritu. Hemos predicado muchas normas, leyes, mandatos y hemos olvidado la CARIDAD».
San Pablo nos recuerda que el Espíritu distribuye carismas y dones diferentes a cada persona, que no son para nuestro lucimiento personal, sino para la edificación de toda la Iglesia. Si no es así, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta y la Iglesia se convierte en un organismo más. Sin el Espíritu la autoridad se convierte en tiranía, la misión es propaganda, el culto es recuerdo en el pasado y la doctrina cristiana se convierte en moral de esclavos.
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Y cuando nos olvidamos del Espíritu las repercusiones son negativas: el significado de las fiestas se va perdiendo y caen en manos de intereses comerciales. La Navidad se convierte en fiesta de regalos y comidas de compañeros de empresa; Pascua es chocolate, las monas, los huevos de pascua; la Cuaresma es Carnaval. El mundo y los grandes almacenes no saben qué hacer con la Fiesta de Pentecostés. El Espíritu Santo no se puede comercializar, y debemos mantener nuestra fe por encima de las ofertas que nos haga esta sociedad.
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