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García Sanchiz retratado por Tovar, colaborador de EL COMERICIO.

Desagravio para Sanchiz

El orador valenciano volvió al Dindurra después de que, tres lustros atrás, recibiera pedradas por criticar las miserias bolcheviques

Domingo, 12 de noviembre 2023, 00:21

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La última vez que el valenciano Federico García Sanchiz había estado en Gijón se lio. Escritor y periodista, 'charlista' por ser creador del género de la charla, aquel auténtico 'pico de oro' era, también, conocido por su conservadurismo. Carlista confeso, creador del término 'españolear', aquel 18 de abril de 1932, en el Dindurra, le recibieron a pedradas, y EL COMERCIO lo contó, cómo no, en portada. Ocurrió cuando, en medio de su charla, el orador habló de la miseria sufrida por el pueblo ruso tras la toma del poder bolchevique. Al grito de '¡mentira!', varios espontáneos tiraron al escenario una docena de piedras, «una de las cuales, al pegar en una bombilla de la batería, hizo que esta explotase». Así de mal había acabado la cosa.

Ahora, en noviembre de 1948, Sanchiz volvía a Gijón, una ciudad que, asegurábamos, «le debía un homenaje de desagravio». Lo tuvo. En el mismo sitio, pero con otro nombre. «Se lo rindió el público que llenaba el Jovellanos, este Jovellanos de ahora que se alza en el mismo sitio que el teatro Dindurra en que él, como buen patriota, supo poner las cosas en su punto, hablando de Rusia y del comunismo, allá por los años de la desdichada República», decía nuestra crónica, al tiempo que prometía no olvidar. «Hacía falta que, aún pasado el tiempo, Gijón recordara al buen paladín de la verdad y sostenedor en todas las partes de la causa de España, que teníamos presente siempre su gesto valiente de aquel día y cinco el dolor de que fuera en nuestro pueblo donde (sin duda por gentes que no eran de aquí) se diera ese caso».

Disertó Sanchiz sobre la vida y la historia mexicanas, en un teatro abarrotado salvo por una única silla que el orador quiso dejar vacía en homenaje a Jovellanos. Sabía hacerse querer. Comenzó por el ilustrado y acabó homenajeando, desde el escenario, a Hernán Cortés, según sus palabras «un vivo Quetzacoatl». Esta vez, el público «le aplaudió en masa una y otra vez, incluso frases aisladas, muy certeras por su significación y coloristas a más no poder». El crítico teatral de EL COMERCIO resumió el tinglado como un «justo homenaje a este hombre españolísimo». Y no hubo algaradas... esta vez.

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