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José Soto, acusado de robo hace un siglo, apareció en EL COMERCIO vestido de torero.

Extrañas compañías en el tren

Un robo en el convoy de Correos que viajaba de Madrid a Gijón hizo desvelar el historial de amoríos de José Soto, el principal acusado

ARANTZA MARGOLLES

Domingo, 7 de enero 2024, 00:58

Se desvaneció. Sin más. Se perdió de la vista de todos, hace un siglo, un hermoso pliego de valores que viajaba, con destino a Avilés, en el tren correo que unía Madrid con Gijón. Poca broma: lo menos costaban, aquellos papelajos, 50.000 pesetas de la época. Y, con ello, otro tanto de la confianza que muchos pueblos, «que no tienen otro medio de transmisión de valores que por mediación de Correos», depositaban en la compañía nacional. Imagínense, pues, el impacto que supuso el saber que todos los indicios apuntasen a que el ladrón era un empleado de la misma. José Soto, sin embargo, era, según algunas fuentes, «persona honrada, en apariencia», que solo había obrado «en un momento de obcecación y arrebato por el amor egoísta que le inspiraba una mujer».

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La noticia se hacía sola. En enero de 1924, con Soto fugado de la justicia y la opinión pública asturiana pendiente del caso, la redacción de EL COMERCIO consiguió una foto del interfecto vestido en traje de luces. Y eso hizo el resto. Ocurría, o eso se comentaba, que Soto, empleado como ambulante de Correos y aficionado al toreo, andaba envuelto en relaciones íntimas con Paz S. A., a la que había puesto un piso en Madrid. Todo se habría torcido cuando, apretados por las estrecheces económicas, la mujer decidió hacerse 'tanguista', es decir, cabaretera; y Soto, a frecuentar los casinos.

Llegó a ganar dinero. Bastante como para mantener al piso y a la amante de Madrid y, tras su traslado por Correos a San Sebastián, ennoviarse con otra dama a la que, en sus viajes a la capital, instalaba en la calle de la Montera. Poco más allá, en una joyería de la Carrera de San Jerónimo, Soto se echó otra novia a la que propuso matrimonio formal. Y, como ya tres son multitud, a finales de 1923 ya todo comenzó a precipitarse hacia el caos. El oficial, ambicioso en el corazón y en la cartera, desfalcó el tren correo y se dio a la fuga. Habida cuenta su corazón de Casanova, las autoridades permanecieron tranquilas: solo era cuestión de esperar. Muy poco después de que lo contase EL COMERCIO, Soto escribió a la cabaretera, reclamando su presencia en París. A Paz la seguían de cerca. Llegó a la Ciudad de la Luz en tren, claro, acompañada de varios agentes y el comisario en jefe; y Soto cayó, como pájaro del árbol, en la plataforma en la que, armado con un ramo de flores, esperaba a la mujer. «Peores 'cornás' da el hambre», dicen los taurinos. Pues anda que el 'amor'...

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