La penitencia del objetor
Era uno de los últimos ya, pero la prestación social se le hacía cuesta arriba a José Ramón Galán. La hacía en el campo del Deva
Boqueaba ya, agónico, el servicio militar en España. Se acabaría en diciembre de 2001, pero, hasta entones, seguía siendo obligatorio, y cada vez más jóvenes se acogían a la opción de ser objetores. Uno de ellos era el gijonés José Ramón Galán, que contestó a las preguntas de EL COMERCIO en un tiempo, hay que recordar, en el que aún había personas entre rejas por negarse a hacer el servicio militar. Eran tiempos de insumisión o, como en el caso de Galán, de prestación social. «Agotadas todas las prórrogas disponibles para dilatar lo máximo su incorporación a filas, sus convicciones personales le llevaron en última instancia a optar por la objeción de conciencia», decíamos.
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Galán hacía la prestación social como auxiliar administrativo de la agencia de publicidad 'Bitácora', en el campo de fútbol del Deva. Había sido campeón de pelota con el grupo Covadonga, hacía muchos años. «Gracias a mi faceta de expelotari», contaba, «logré entablar contactos con el entrenador del Deva y con el resto de tuteladores de mi prestación». Ahora, ya en el campo, Galán tenía «que hacer de todo. Pintar las líneas del terreno de juego, limpiar los vestuarios, realizar trabajos propios de un peón. Figúrate lo que curramos allí», nos decía, «que hasta me han salido callos en las manos. Y no te digo nada de los pantalones, que los dejo siempre que parecen de pordiosero (...). Mi primer día fui hecho un cromo al campo, ante la hilaridad general». Con fines de semana incluidos, Galán se quejaba de que casi no veía a su novia; no podía realizar otras actividades de ocio ni de formación pero, sobre todo, que el cometido de su prestación social no era tan beneficioso y productivo como, supuestamente, debía ser. «De los seis que éramos, solo quedo yo, y me aburro como una ostra». Pero ir al servicio militar seguía sin ser una opción: a Galán no le desagradaba «la idea de cumplir con la patria», «pero nunca portando un fusil». Imaginarse «vestido de caqui» le producía «urticaria. Nunca confié en escaquearme de la mili por la implantación del Ejército profesional». Todo estaba por llegar, pero aún faltaba. Mientras tanto, tocaba deslomarse.
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