Así se redujo la muerte de caballos en los toros
La muerte de équidos en el toreo era frecuente antes del uso de petos, legislado en 1928. La higiene urbana se resentía por ello
Jueves, 31 de agosto 2023, 00:12
Ha pasado menos de un siglo desde que el gobierno primorriverista, acuciado por el aumento creciente de quejas en torno a las muertes de caballos en las corridas de toros, obligó a que los animales usados durante la suerte del rejoneo llevasen peto protector. Eso, junto a la prohibición de usar banderillas de fuego (son lo que parece: las pintó Goya en la estampa 31 de su 'Tauromaquia') ocurrió en junio de 1928. Hasta entonces, la muerte de équidos era tan habitual que hasta se contabilizaba en las crónicas taurinas. «Los toros han matado siete caballos»; decíamos en portada hablando de la tercera corrida de la feria de Begoña de 1888. Habían sido pocos. La media era de diez decesos por corrida; 40 eran los animales que el empresario había de proveer, en concepto de reserva, en cada una, según el reglamento madrileño de 1868, y hasta llegaba a prevenirse de que quizás fueran pocos: «Si en la corrida se necesitasen más caballos», dice el artículo cuarto, «el dueño de la plaza está obligado a presentar sin excusa alguna, ni la menor demora, cuantos hagan falta».
Había otros problemas añadidos. Incluso fuera de temporada, como corresponde al 31 de agosto, tal día como hoy, de hace 125 años. Ocurría, según EL COMERCIO, que muchos viandantes se quejaron de «pestilentes olores» en el trayecto comprendido entre la plaza de toros y La Guía, teniendo que solicitar el Ayuntamiento «un reconocimiento minucioso en el sitio en que fueron enterrados los caballos muertos en las últimas corridas de toros, para averiguar si proceden aquellas emanaciones pútridas de los citados enterramientos». No sería la primera vez. También a finales de agosto de 1890 se denunciaba que los équidos destripados durante las corridas (también los representaría Picasso 27 años después) «estuvieron dos días tirados detrás de la plaza de toros», generando «miasmas infecciosos». En 1891 se inhumaron, parcialmente, en los arenales del Piles, y las mareas y los perros famélicos hicieron, nunca mejor dicho, su agosto: lo contamos el día 21, en la tercera plana. No era una discusión, ya lo ven, solamente moral.