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LAURA MAYORDOMO
Miércoles, 1 de abril 2020, 02:49
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Llevan días aislados en sus casas. Confinados. Separados de sus familiares, con los que se comunican por teléfono, a través de una puerta. Siempre a distancia, para evitar cualquier mínimo riesgo de contagio, aunque sintiéndolos cerca. «Sé que tienes el COVID y tengo muchas ganas de achucharte», le escribió la pequeña Laura, de diez años, a su madre, antes de deslizarle la nota manuscrita por debajo de la puerta de la habitación en la que hoy cumple una semana de aislamiento. Por prevención.
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E. PANEQUE / L. R. LORENZO
Porque Laura García, 36 años, técnico superior en imagen diagnóstica en el HUCA, dio negativo en la prueba del PCR. Pero, ante la posibilidad de que fuera un falso negativo, y siguiendo las recomendaciones del servicio de Prevención de Riesgos Laborales del hospital, se aisló. A su hija la cuida ahora en la casa familiar de Moreda su abuela materna. Sole Vizcaíno, que trabajó durante años como auxiliar de enfermería, es optimista. «Laura va mejor, y con eso ya me conformo, pero se pasa mal. El disgusto y la preocupación fueron muy gordos, pero sé que va a salir para arriba».
Laura García, como Laura Hevia, técnico de cuidados de enfermería en Cabueñes, y la pareja que componen Alba Maestro y David Zuaza, ambos enfermeros, aguarda impaciente esa nueva prueba que determinará si, efectivamente, da negativo en COVID-19 y puede volver a trabajar.
Todos lo están deseando. Pese a los riesgos que conlleva estar en la primera línea y a que, como dice Laura García -y así lo trasladó a sus superiores en un escrito que, de momento, no ha tenido respuesta- a muchos «nos están mandando a la guerra sin armas». Lo dice porque mientras a ella, como técnico, sí la dotan de un equipo de protección individualizada (EPI) cuando tiene que realizar una placa a un caso confirmado de COVID-19, cuando la prueba se hace a un paciente con sospecha de contagio «solo llevo guantes, bata y mascarilla». Protección «insuficiente», a su juicio. Casi trescientos trabajadores del Sespa están aislados. 88 son casos confirmados de COVID-19.
Es el caso de Alba Maestro y David Zuaza. «Ojalá pudiéramos estar ya trabajando. Quiero ir a echar una mano donde haga falta», repite ella, enfermera del Instituto Nacional de Silicosis. En su casa de Oviedo, Zuaza añora también el ritmo frenético con el que estos días se trabaja en la UCI del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), que él tuvo que abandonar hace dos semanas. Ambos elogian a todo el personal, sanitario y no sanitario, que ante la pandemia «están dando todo lo que tienen y todo lo que saben para salir de ésta». Y también a los ciudadanos que cumplen con el confinamiento. «Creemos que la gente se ha dado cuenta de la gravedad de la situación, pero no hay que relajarse».
En el domicilio gijonés de Laura Hevia y David Magaz no bajan la guardia. Ella, técnico en cuidados de enfermería en el Hospital de Cabueñes, fue la primera trabajadora de la sanidad asturiana en instalarse en el hotel Exe de Oviedo, dispuesto por el Servicio de Salud del Principado (Sespa) para alojar temporalmente a los profesionales que, pese a estar asintomáticos, hubieran tenido contacto con algún caso positivo y prefirieran separarse durante unos días de sus familias para evitar posibles contagios.
Hevia pasó allí cinco noches y seis días. «Se supone que si la enfermedad no brotó en ese tiempo es que no me he contagiado», aunque aún tiene que realizarse la prueba que lo certifique. Llegó a su casa de La Calzada el lunes y al cruzar la puerta su marido y su hija, de diez años, le dieron el recibimiento que se merecía. Pero «a distancia, lanzándonos los besos» que pronto esperan hacer sonar en sus mejillas. «Tenía muchas ganas de volver», confiesa esta auxiliar de enfermería a la que se le hace cuesta arriba no poder tocar ni besar a David y Cecilia. Siempre protegida con guantes y mascarilla, desinfectando con agua y lejía, duerme sola en una habitación y evita todo contacto, más allá de la comunicación verbal que mantienen siempre con dos metros de distancia como mínimo. «Es duro», asegura.
Su marido, que teletrabaja y se ocupa también de las tareas escolares de la niña, sabe que el papel que juegan su mujer y miles de trabajadores más de la sanidad asturiana «tiene mucho mérito». Por eso «a las ocho, soy de los primeros que sale a aplaudir». Hoy, volverá a hacerlo.
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