Lucía Feito, psicóloga: «Para muchas personas, comer no es solo alimentarse, sino también un campo de batalla interno»
La psicóloga Lucía Feito explica por qué nos sentimos mal tras los 'excesos' del verano y cómo podemos cuidarnos mejor
El verano es, en teoría, una época para descansar, disfrutar, desconectar. Pero no siempre es tan sencillo. Con la llegada del calor y los cambios de rutina, muchas personas empiezan a sentirse más expuestas, física y emocionalmente. Más reuniones sociales, más comidas fuera de casa, más 'permitidos'… y a menudo, más culpa.
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«Después de la comida familiar me pasé toda la tarde sintiéndome fatal«. «Me fui a dormir pensando que mañana tenía que compensar». «No puedo disfrutar porque siento que estoy haciendo algo mal todo el rato». Estas frases, que se repiten una y otra vez en consulta, muestran una realidad frecuente: para muchas personas, comer no es solo alimentarse, sino también un campo de batalla interno.
¿De dónde viene la culpa después de comer?
La culpa no aparece de la nada. Se construye con años de mensajes, explícitos o sutiles, que hemos ido incorporando:
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«Eso engorda».
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«Ya estás comiendo otra vez».
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«Si te quieres cuidar, no comas eso».
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«El verano es para estar bien, no para descontrolarte».
Vivimos en una cultura profundamente gordofóbica, que valora el cuerpo delgado como sinónimo de autocontrol, salud, éxito o belleza. Y eso se traduce en una idea: comer «más de la cuenta» está mal, y si lo haces, algo falla en ti.
La culpa, entonces, aparece cuando transgredimos esas normas internas. Pero no estamos hablando solo de comida, sino de identidad: muchas personas no se sienten mal por lo que han comido, sino malas por haberlo hecho.
¿Qué pasa en el cuerpo y en la mente cuando sentimos culpa por comer?
La culpa suele venir acompañada de:
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Un diálogo interno muy duro («No tengo fuerza de voluntad», «No voy a caber en el bañador», «Soy un desastre…»)
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Sensación de descontrol.
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Promesas de compensación («Mañana no ceno», «Empiezo dieta el lunes»).
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Ansiedad anticipatoria ante próximas comidas.
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Aislamiento o evitación de planes sociales.
Este circuito puede generar un ciclo de restricción–atracón–culpa muy dañino, donde la comida se convierte en una fuente de sufrimiento más que de nutrición o placer.
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¿Cómo podemos gestionar esta culpa?
La culpa, aunque dolorosa, es una emoción valiosa: nos habla de nuestras creencias, de lo que nos han enseñado. No se trata de eliminarla a la fuerza, sino de entenderla y responderle desde un lugar más amable.
Aquí algunas claves prácticas:
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1
Nombra la emoción. Poner palabras ayuda a regular: «Siento culpa» no es lo mismo que «Soy un desastre». La emoción no te define.
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2
Conecta con el origen. Pregúntate: ¿Qué creencias tengo sobre comer? ¿Quién me enseñó que esto estaba mal? ¿A qué le tengo miedo (engordar, no gustar, descontrolar…)? Esto te ayuda a entender que no es el trozo de tarta el problema, sino lo que representa para ti.
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3
Responde con autocompasión. ¿Cómo tratarías a una amiga que te dice: «Me siento fatal por haber comido mucho»? Probablemente con cariño, con comprensión, con ternura. Practica darte eso mismo a ti. Frases que pueden ayudarte: «Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo«. «Mi cuerpo merece cuidado, no castigo». «No necesito compensar. Necesito escucharme con más respeto».
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4
Desmonta la lógica del «todo o nada». No hay comidas buenas o malas. No hay cuerpos buenos o malos. Hay matices. Hay contexto. Hay necesidades reales detrás de cada elección.
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5
Crea un entorno seguro. Rodéate de personas, contenidos y entornos que no te hagan sentir culpable por disfrutar. Y si puedes, aléjate de conversaciones sobre calorías, dietas o cuerpos ajenos.
Y sobre todo: el placer no es un pecado
Comer puede ser un acto de conexión, de disfrute, de pertenencia. El verano nos invita a compartir, a saborear, a parar. Si aparece la culpa, no estás haciendo nada mal: estás en un sistema que te ha hecho creer que cuidarte es controlar.
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Pero cuidar también es descansar, reírte, disfrutar de un helado sin pensar en su «precio calórico». Es poder comer y seguir tu día sin castigo mental. Es hacer las paces, no con el cuerpo ideal, sino con tu cuerpo real.
Y si sientes que esto se te hace cuesta arriba, que comer te genera ansiedad o que el cuerpo te pesa emocionalmente más de lo que debería… pedir ayuda también es cuidarte.
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