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Laura Castañón y Sofía Fernández Castañón, en la librería gijonesa La Buena Letra. ARNALDO GARCÍA
Como dos gotas de agua

«Esquivamos el síndrome Lola Flores»

Sofía Fernández Castañón heredó de su madre la literatura, la sonrisa y el feminismo. Hasta ahí. «Nunca ha sido 'la hija de'»

AZAHARA VILLACORTA

GIJÓN.

Sábado, 26 de septiembre 2020, 02:42

La bisabuela de la escritora y política Sofía Fernández Castañón (Gijón, 1983), de nombre Laura y con un montón de hijos por criar, llevaba tiempo diciéndole al marido que había que ampliar la cocina, que aquello ya no daba para más. Y «él iba dándole largas. Hasta que un día se cansó de esperar, cogió una maza y tiró el tabique. Así que, cuando el hombre llegó de trabajar en la mina, se encontró con que la cocina ya era más grande».

Ese es el tipo de historias y actitudes «resolutivas», las del «feminismo vivencial», que siempre fascinaron a la pequeña Sofía, quien creció «rodeada de libros» y mujeres empoderadas y que protagonizó «una adolescencia que le duró más o menos diez minutos. Porque Sofía nunca fue de salir de fiesta. Ella era más de irse, por ejemplo, a un maratón de cine». «Fui un poco pringada, la verdad», bromea la interfecta. Luego, con el correr del tiempo, se volvió poeta, productora y hasta diputada de Podemos. Y buena parte de la culpa la tiene su madre, Laura Castañón (Mieres, 1961), una de las más brillantes escritoras asturianas de su generación, con un inconfundible pelo fuego y la misma sonrisa indeleble que la hija.

«Lo de ser risueña lo he heredado de ella», admite Sofía, la mayor de dos hermanos, dueña de unos rizos misteriosos que nadie más tiene en el clan, y que, como la bisabuela, también ha salido mujer de carácter. No en vano y aunque no crea demasiado en los horóscopos, es Escorpio: «No podemos tener peor fama. Así que, a partir de ahí, solo puedes mejorar», bromea.

«Lo que no ha sido nunca es 'la hija de'. Es más: a veces, he sido yo la que me he convertido en 'la madre de'», apunta Laura, que se explica. «Empecé a publicar libros a una edad provecta. Así que, para entonces, Sofía ya había publicado su poesía y ya había demostrado su capacidad». En otras palabras: «Hemos logrado esquivar el síndrome Lola Flores. No nos ha hecho falta vender los méritos de la familia», se ríen al unísono. Y en esas estaban, enredadas en sus respectivas carreras literarias, cuando la política irrumpió en sus vidas. Y, con ella, una locura de horarios y trenes. Un «enorme desgaste físico» que obliga a Sofía a estar con un pie en Gijón -donde residen su hijo de siete años y su compañero- y otro en Madrid.

«Yo hace tiempo que dejé de llamarla por teléfono por no molestar», cuenta Laura, que se comunica con su hija «a través de mensajes de Telegram. Porque a los de WhatsApp ni siquiera contesta». Y, a su lado, Sofía asiente mientras opina que algo habrá que hacer contra su «'malquedismo' con la familia y los amigos», que se ha ido incrementando en los últimos tiempos.

Los que también han ido creciendo son los miedos de su madre: «Esos temores que tengo y que siempre tendré. Por cosas como si come o deja de comer... O el sufrimiento por los comentarios de los 'haters'. Pero procuro guardármelo y que no se entere». Nada que inquiete a Sofía, que sigue 'robándole' libros a su madre cada vez que va a su casa, y que, como su bisabuela, es «de coger la maza»: «Los comentarios hay que despersonalizarlos siempre, porque no van dirigidos a ti, sino a lo que representas». Lo que no oculta Laura es que está «deseando que deje el Congreso y vuelva a escribir. Porque sé que el día que escriba una novela será fantástica». Y no es pasión de madre, que también.

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