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Historia de la innovación, o cómo se busca el poder a martillazos

Historia de la innovación, o cómo se busca el poder a martillazos

José L. Granados

Domingo, 23 de diciembre 2018, 16:06

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El término «innovación» lleva décadas omnipresente en múltiples ámbitos de la sociedad europea. Desde la Estrategia de Lisboa 2000, e incluso antes, la Unión Europea ha promovido políticas para impulsarla con la intención de devolver a Europa el liderazgo económico que, sin duda, ha perdido.

Dos décadas después nos encontramos cerca del Horizonte 2020, al menos cronológicamente hablando. En este marco para la investigación, la innovación ha sido, otra vez, una de las banderas más flagrantes: «Tenemos que mejorar y convertir la investigación en nuevos y mejores servicios si queremos seguir siendo competitivos en el mercado global y mejorar la calidad de vida en Europa», decían en la Union Innovation . Ciencia, tecnología y mercado llegan a nuestros buzones en un mismo paquete, cerrado por el sello de la innovación. Un fenómeno que a día de hoy deviene prácticamente incuestionable.

No obstante, esto no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que innovar no estaba tan bien visto, en el que tanto la ciencia como la tecnología innovaban pero lejos, intencionadamente, de que les tildaran de «innovadores». Benoît Godin, investigador y profesor del Institut National de la Recherche Scientifique Montreal, ha estudiado este hecho a lo largo de la historia de Europa. Sus investigaciones muestran que hasta el siglo XX la innovación era un «mal hábito», algo prohibido explícitamente por la ley y usado peyorativamente por los opositores al cambio.

Y sin embargo, hoy se concibe como un «emblema de la sociedad moderna», un tópico de nuestra era presentado como símbolo de prosperidad. De la política ha saltado a todos los campos, porque ya no sólo las empresas deben ser innovadoras, sino que hay que innovar en educación, servicios públicos, ciudades y prácticamente cualquier rincón susceptible de cambio. Convertida en un valor predominante y recreándose en un culto a la novedad, innovación y progreso van de la mano: ¿por qué?

El motor de la economía

El sentido actual de innovación tiene que ver, en gran medida, con la teoría evolucionista de la economía. En concreto, a partir de Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), el autor más citado hasta el momento en los estudios con respecto a este término.

Al estudiar los ciclos económicos, Schumpeter describió un paradigma socioeconómico en el que la innovación es el motor interno del desarrollo económico. En analogía con el mundo biológico, concibe a las nuevas tecnologías como recursos para que las empresas se adapten mejor a su entorno y aumenten su capacidad competitiva. No hay mas que fijarse, por ejemplo, en cómo la creación de las nuevas TIC irrumpieron en las empresas destruyendo todas las soluciones tecnológicas que quedaban obsoletas. Nacieron nuevas empresas y otras desaparecieron. Unas se adaptan y otras se extinguen. Para Schumpeter, la innovación «revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo las estructuras antiguas y creando nuevas constantemente».

Poco más tarde del lanzamiento de esta teoría, en los Estados Unidos eran conscientes de que su poder internacional se basaba principalmente en su hegemonía tecnológica. Por ello, invirtieron en conocer bien los factores que fundamentaban esa superioridad, surgiendo la llamada corriente de pensamiento neoschumpeteriana. Estos economistas profundizaron en el conocimiento de los procesos que llevaban la tecnología al mercado, pues la capacidad para producir inventos no era condición sine qua non para que estos llegaran al mercado y produjeran ventajas competitivas.

Por este motivo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) favoreció el estudio de la innovación e impulsó el desarrollo de políticas para su fomento en sus países miembros, también en Europa. Estas políticas han ido en aumento y, después de que esta fuera denostada en la política europea durante siglos, hoy se venera a la innovación como la panacea ante la decadencia económica que vivimos. Una panacea que, curiosamente, lleva implícita un fenómeno que no debe de pasar inadvertido: la innovación genera poder.

Nietzsche y la destrucción creativa

La innovación fue conceptualizada por Schumpeter como destrucción creativa, para lo cual se basó en otro economista: Werner Sombart. Y este admitió abiertamente la profunda influencia de las ideas de Nietzsche en su teoría económica. Schumpeter fue un pensador aislado y altamente original, al igual que Nietzsche. Ninguno de ellos fue tomado en serio ni por su tiempo ni por sus colegas. Y sin embargo, transformaron el tiempo y el futuro de estos.

Nietzsche fue un gran innovador de la cultura occidental atacando la decadencia de sus instituciones y sus fundamentos filosóficos. Alegando que «quien quiera ser creador debe aniquilar primero», impulsó la idea del «superhombre» para romper con lo establecido y generar una nueva moralidad desde las cenizas de lo antiguo.

Ahora no se habla del superhombre, se habla del emprendedor. No se habla de la voluntad de poder, pero se habla de la necesidad de innovar. Poco faltaría, ciertamente, para afirmar que la «innovación es dinamita» o que «los emprendedores innovan a martillazos», al estilo de la filosofía nietzscheana. Y no andaríamos muy desatinados.

Por lo tanto, no sólo hay que atender a sus resultados, sino que debemos cuestionarnos el fenómeno en sí. Al menos, si queremos ser verdaderamente innovadores en un mundo guiado por la competitividad y el desenfrenado crecimiento económico. La búsqueda de poder a través de la innovación es una profunda cuestión ética. Ulrich Beck lo dice claro: «Ahí donde nadie habla de poder, está incuestionablemente ahí, con seguridad y al mismo tiempo con grandeza en su incuestionabilidad». Cuidémonos, pues, de no convertir la destrucción creativa en una creación destructiva.

Este artículo ha sido escrito por José L. Granados, filósofo de la Tecnología de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.

Este artículo fue originalmente publicado enThe Conversation

The Conversation

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