Una flor pintada
«Mi camelia florecerá durante uno o dos meses con frágiles flores rosa y saludará cada mañana con su perecedera paciencia mi prisa constante»
XUAN BELLO
Domingo, 10 de octubre 2010, 04:31
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Ma Hsiang Lan (1548-1604) fue una poeta y pintora china de quien hoy se recuerda, sobre todo, un bello poema, que yo transcribo aquí en prosa para deleite de los lectores: «¿De dónde viene este viento perfumado por la flor fugaz de la camelia? Por él salgo a desafiar el frío de la media mañana. Demasiado pobre para comprar alguna, pinto una en una hoja de papel. La flor de la camelia verdadera se marchitará en un jarrón, quedando acaso su perfume en la memoria de quien tuvo dinero para comprarla; pero ésta mía no teme ni el viento frío ni la lluvia aleve y por mucho que el tiempo pase persistirá». Esa confianza tenemos, la verdad, quienes de alguna manera nos dedicamos a atrapar el instante en una trampa de palabras. Y hoy, al leer este poema, mientras caía una lluvia copiosa y fría que no anuncia nada nuevo, me di cuenta, al levantar la mirada de la página para mirar tras la ventana mi asalvajado jardín, que ya necesita ser segado, que una de las camelias sasanquas, una variedad que me regalaron que le dicen muy gentilmente Baronessa de Soutelinho, ya había florecido. Me sorprendí al verme atrapado entre aquel poema de Ma Hsiang Lan y la visión de las rosas de la camelia bajo la lluvia: afortunadamente es cierto que la flor de la poeta perdura y me complace decir que ni la lluvia más fiera, que tan terca cae como ésta, puede con la delicadeza de mi sansanqua.
Atrapado entre dos fuegos, ¿cómo no quedarme al abrigo de sus llamas? Mi camelia florecerá durante uno o dos meses con unas frágiles flores rosa y saludará cada mañana con su perecedera paciencia mi prisa constante. Más de un día, descuidado, arrancaré una de esa flores, haciendo una leve reverencia, y me la meteré en el bolsillo de la urgencia. Cuando menos me lo espere, días después, mientras rebusco a ver si por fin aparecen las llaves, un mechero o una moneda, quedará esa flor deshojada entre mis dedos dejando un imperceptible aroma de días que no vinieron. Las camelias asturianas venían de Bretaña, que había allí cultivadores antiguos, y salían de su país en un carro tirado por los lentos bueyes del otoño; llegaban los arrieros de las flores hasta Vegadeo, donde el mundo se llama A Veiga, y a Galicia no pasaban, que allí el negocio lo ostentaban portugueses. Se sabe por el ADN de los árboles antiguos, que desde Brest a esta parte es el mismo. Pero bueno, a lo que iba: yo acababa de leer el poema chino, busqué por internet, y me encontré con que alguien se había tomado el trabajo de 'subir' uno de los autorretratos que se hizo, allá por el siglo XVI, cuando con mano férrea gobernaba la dinastía Ming en China, la pintora poeta que cantó la flor de la camelia. Me complació descubrir, y me produjo una gran sorpresa, que casi se hubiese representado como aquella Venus de Botticelli, pintada en 1484 y que, es posible aunque difícil, pudo conocer. En la segunda mitad del XVI, cuando vivió, ya los marineros portugueses y holandeses andaban por las costas de China, trayéndose entre otras cosas para Europa los primeros plantones de camelias. Ma Hsiang Lan no renace desnuda de las espumas del mar, sino que se reviste con un delicado kimono multicolor: en su cabello, negro como la noche, se teje la delicada flor rosada de una camelia. Alguien le pudo contar, incluso alguien le pudo dibujar, la primavera de Botticelli; o tal vez compró una edición del Poliziano en el mercado de Cantón, que aquellos libros, con grabados nuevos, eran algo tan valioso que se se podía cambiar por un barco cargado de te. ¿Trataría de traducir aquello de «Por los céfiros lascivos empujada / veríais la diosa que del mar salía / exprimiendo cabellera remojada / mientras otra mano el pecho la cubría?» Ojalá.
Yo hoy miro mi camelia desde otra perspectiva. También ella tiene una ligera curvatura de arco, algo que me inclina. También siento que la casualidad me ha empujado, levemente, hacia los territorios de la magia y que la flecha de la eternidad traspasa el instante para que yo, una vez más, reverencie la maravilla del mundo.
La técnica narrativa obliga a que ponga en relación a Ma Hsiang Lan, que un día pintó el aroma de una flor de la camelia, con esa Baronesa do Souteliño, que da nombre a la camelia que crece en mi jardín. Y la verdad, no sé resolver el misterio que nace para hacerme rabias. Sé, sin embargo, que hubo un día en que las costas de Portugal y las de China eran las riberas de un mismo mar; sé que la baronesa do Souteliño, pudo escribir esta carta de amor: «Mi casa está cerca del mar, la tuya en la otra orilla. Las lágrimas que te envío llegarán a ti con la marea».
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