«Un cineasta es un ladrón y lo acepto sin remordimiento»
Oliver Laxe presenta 'Todos vós sodes capitáns', una película «irregular» fruto de su experiencia en Tánger con un grupo de niños en un taller de cine
M. F. ANTUÑA
Jueves, 25 de noviembre 2010, 03:23
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La Sección Oficial recibió ayer otra ópera prima con sello español, la de Oliver Laxe, que ha 'robado' la vida de un grupo de niños de Tánger con quienes compartió un taller de cine y a quienes ha hecho protagonistas de 'Todos vós sodes capitáns', un recorrido en blanco y negro por la creación de una película con las miradas infantiles como aliadas. «Un cineasta es un ladrón y lo acepto sin remordimiento», señala Laxe, quien sabe que se roba esas vidas y se devuelven en pantalla grande.
Claro que ese robo tiene muchos cómplices. Empezando por los propios niños que protagonizan un filme completamente atípico y difícil de definir y clasificar, tanto que el propio director no encuentra palabras. «Quería hacer una película con unidad e irregular, una obra de arte tiene que ser irregular», señala. Añade después que es a través del «desajuste» cómo el cine logra respirar. Y eso buscó: «Es una película que respeta mucho el cine en su falta de respeto y se ancla en una tradición cinematográfica muy clara».
Tras esas reflexiones se hallan treinta escenas grabadas en 35 milímetros con la misma cámara con la que se filmaban los viajes de Hassan II en los noventa y en la que aparecen esos niños procedentes de contextos desestructurados en su aprendizaje cinematográfico. Para llevarlo a cabo, el director, tal y como explicó ayer, elaboró un tratamiento previo y se escribió un guion en el que él mismo tenía su protagonismo. «Tuve que escribir en el guion mi salida de escena», explica. Y es que la cinta narra cómo los niños ruedan una película que él dirige y el propio Oliver sale en pantalla. Luego, se va. A partir de ese momento: «Rompimos el guion filmando aquello que consideramos hermoso». De esta forma, el resultado es precisamente lo que buscaba, la irregularidad, una cinta de «la que no se puede decir que tenga un 50% de realidad y un 50% de ficción».
La película es, en palabras de Laxe, «un baile», un juego artístico. «Creamos porque estamos inadaptados y es gracias al arte que nos adaptamos», sostiene este realizador que rechazó incidir en los dramas particulares de esos niños protagonistas, no quería ofrecer una mirada paternalista sobre ellos, no quería retratar un mundo de injusticias que son más que evidentes. Su reflexión fue otra: «Dar respuesta a la injusticia a través de la creación». Y precisamente por esa huida de lo fácil, la cinta se rodó en blanco y negro, porque tampoco se quería aportar esa imagen «bonita» y facilona basada en los colores de Marruecos.
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