De Glendor a Benigno
Cambió su futuro en el comercio de la confección por la carnicería que regentaba su mujer
POR EVA MONTES
Domingo, 19 de febrero 2012, 11:34
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Su hijo Óscar le cambió la vida. Sin quererlo. Sin saberlo. Simplemente por acudir a la llamada de sus padres tres meses después de que aquellos veinteañeros decidieran iniciar un matrimonio sobre el que los años construirían un negocio familiar. Corría el año 1965. Benigno Acebal se acababa de casar cuando el embarazo de su primogénito obligó a su esposa a guardar reposo. Todo un conflicto, porque Mary regentaba una carnicería de su propiedad en Ceares que, con su ausencia, se vería abocada al cierre. Así que aquel jovencito de 24 años que llevaba trabajando desde los 12, que a los 15 ya era dependiente de Glendor y al que la empresa dibujaba un futuro prometedor, se vio en la tesitura de entrar en el despacho de su jefe en la histórica tienda de confección de la calle Corrida y pedirle auxilio. Lo hizo en forma de alternativas laborales a los nueve meses de embarazo. Pero no valieron razones. Y él cambió el paño por el cuchillo de carnicero.
Y eso que lo más que había practicado, a base de observar a su mujer, era a deshuesar piezas. Pero aprendió pronto. A fuerza de perder dinero. La primera semana. Y la segunda. Pero la tercera ya supo calibrar el fiel de la balanza, ajustar precios y cortar justo. Un conocimiento que llegaría a generar tal complicidad con su mujer, que conduciría a ambos a una aventura empresarial tan exitosa como trabajada. De Ceares al centro de Gijón. De una carnicería de barrio a otra de lujo. Una calidad superior y un mayor precio. Y de aquelles 'morcilles de les míes' para los vecinos de siempre vinieron los cachopos, las salchichas, las albóndigas y los chorizos para los clientes de fuera. Había nacido Benigno. En el centro de Gijón.
Sin embargo, la historia es caprichosa, y resulta que detrás de un nombre de hombre la que reina es una mujer. Es Mary. De ella fue la idea. Ella buscó el local. Ella contactó con los proveedores y ella fue la impulsora del proyecto. Pero el marketing es el marketing, y en 1984 los diseñadores vieron en el nombre del marido un mayor gancho que en el de la mujer. Y casi 30 años después, en el camino de la jubilación, con los clientes, el equipo, el material y el futuro en manos de sus hijos, la historia ha proporcionado carta de naturaleza a aquella decisión.
Hoy todavía escoge él los xatos a matar, levanta el muro de su casa, repara el ascensor de su portal y restaura las herramientas de su padre, mientras llora la temprana muerte de su hija y evoca con triste ternura la concatenación de fechas que rodearon el último viaje de sus padres. Cuando hace seis años, ya nonagenarios, él le dijo adiós un 11 de febrero, sus amigos le despidieron el 13 y al día siguiente, también sin avisar, durante el sueño, su madre se reunió con él. Ahora, sólo ahora, Benigno, Nino, Beni, lo ve como una historia de amor. Incluso hasta un poco hereditaria, mientras mira a través del cristal a sus hijos varones.
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