Una mezcla de agua y aceite
IGNACIO DEL VALLE
Sábado, 27 de junio 2009, 05:11
'No gana uno para sustos' es un libro de relatos sobre la esperanza. Es un libro sobre la vida, esa fuente inagotable de decepciones, porque es una fuente inagotable de esperanza.
Los personajes recorren su particular camino de Canossa, y a veces pueden parecer individuos sin encanto, inhóspitos, que habitan la vida como quien habita un presidio, pero todos miran a través de las ventanas de sus celdas, todos añoran la luz.
Como la madre protagonista de 'Cuando éramos niños', siempre intentando vivir en una torre de marfil aunque mareas de mierda, como decía Flaubert, no dejasen de golpear sus muros y amenazasen con tirarla.
Comparaba la vida con las mareas y hablaba del continuo ascenso y descenso que las olas producen en su camino hasta la costa. Porque la vida es un permanente transcurrir de desigualdades, por eso hay que estar preparados para lo peor y, llegado el momento, tener paciencia hasta alcanzar otra vez la cresta de la ola. las patadas en el culo siempre empujan hacia delante, y cuanto mayor es la patada, mayor es el impulso con que te avienta.
Como el protagonista de 'Cosas que pasan en primavera', un tipo recién separado que vive en un hotel, en medio de una soledad poblada de fantasmas.
Oye las voces confusas de las últimas putas de la calle Montera. Un hombre duerme en el suelo, tendido sobre la reja de ventilación del metro, envuelto en un calor enfermizo. La luz rutilante aún pervive... Esperaba que el cielo se abriese y un coro de ángeles hiciese sonar sus tubas. Jugaba a cerrar los ojos para encontrarse una constelación nueva de estrellas brillando contra los párpados. Las voces de las putas sonaban como susurros acogedores.
José Luis Espina consigue mezclar el aceite con el agua, es decir, la trama bien contada, bien resuelta, con una voluntad de estilo, una prosa dúctil, atractiva, sobria y compleja, un culto a la bella figura que se mezcla con algo que no me esperaba: el misterio. Hay siempre un componente onírico en José Luis Espina, un utatane, que dicen los japoneses, una fase intermedia entre la vigilia y el sueño, entre el control y la alucinación. Algo que se ve sobre todo en las descripciones.
En estos relatos duros, vigorosos, casi hardboiled que dicen los gringos, somos lo que amamos -y también lo que odiamos-, José Luis Espina intensifica, sensibiliza y enriquece la vida, por sus diferentes niveles de percepción y comprensión del mundo en cada una de sus historias, y porque nos habla de que de algún modo todos estamos perdidos, no sólo en las ciudades, sino también dentro de nosotros mismos, y en medio del desarraigo, de ese viaje a ningún lugar, es capaz de hablarnos de lo profundo, y de todo lo que impulsa al ser humano, el amor, el erotismo, la desdicha, la herida, la existencia, la muerte, la belleza.
Al final, la conclusión es que tu fuerza se mide por tu deseo. Y que resulta inevitable perder de vez en cuando, el truco es no convertirlo en un hábito. Pero lo más importante es que el libro de José Luis Espina es un libro elegante. ¿Y qué es la elegancia? Pues dicen que ser coherente, no hacer tonterías y tener respeto por lo que haces.