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Cambio de turno

El Gijón de hace treinta años era una ciudad con un poderoso sector secundario

LUIS DÍEZ TEJÓN

Miércoles, 15 de junio 2011, 04:36

La golosa vara municipal de Gijón ha cambiado de manos y de partido. Nada extraño, dentro del vendaval de cambio que recorrió España. Los gijoneses votaron a una tendencia ideológica, aun dividida, más que a ninguna otra y cualquier empeño que tratara de evitar su unidad de acción habría sido incomprensible y, aun más, sospechoso de obedecer a viejas rencillas particulares que nada importan al ciudadano que muestra su voluntad en la urna. O sea, que se impuso la lógica. A todos nos gustaría que esto fuera un signo esperanzador. Desde aquel ya lejano día en que la inmensa mayoría de nosotros pudimos por primera vez elegir a nuestros regidores, el destino de Gijón había estado en manos de la misma tendencia. Cambiaron las personas, pero no la idea que inspiraba la orientación de la ciudad hacia una identidad distinta de la que tenía.

El Gijón de hace treinta años era una ciudad con un poderoso sector secundario, con abundantes fábricas, talleres, factorías e industrias de todo tipo. Las grúas de los astilleros, las chimeneas y los castilletes de las minas formaban parte, no sólo de su paisaje físico, sino también de la instalación mental del gijonés. Un sector que absorbía una gran mano de obra y mantenía el paro en niveles envidiados ahora. Y de pronto, todo comenzó a cambiar, los modos económicos o la revolución tecnológica o el agotamiento de los mercados o la imposición de criterios liberalizadores o todo junto, el caso es que los pilares que habían sustentado el modo de vida tradicional de la ciudad se vinieron abajo, dejándola en la necesidad de inventarse un nuevo rumbo.

Hoy, sobre los solares de las antiguas fábricas se han construido nuevos barrios, se han abierto parques y creado accesos; donde había astilleros hay playas; algunos de los viejos edificios industriales se han reconvertido en centros diversos y las minas ya son sólo un recuerdo para nostálgicos. Se eligió -o acaso no había otra salida- entregarse de lleno en manos del sector terciario. Al mismo tiempo, se quiso imprimir a la ciudad una imagen externa de modernidad y de ruptura con cualquier alusión a lo tradicional. Plazas, parques y calles se llenaron de figuras -llamémos las esculturas sólo para entendernos- abstractas, y un nuevo color, el del óxido, se incorporó con fuerza al paisaje urbano. Pero más bien cabe hablar de un vanguardismo hueco, sin aspiraciones de convertirse en referencia; algunas de esas obras son de una desnudez conceptual que su estética no compensa, y otras de un evidencialismo pretencioso, como un simple cubo o unas chapas puestas de pie.

En la misma línea se permitieron bodrios arquitectónicos que supusieron una oportunidad perdida para el enriquecimiento del aspecto urbano, como la estación del Humedal. Y, por supuesto, se cambió la nomenclatura urbana, cayendo otra vez en la sectaria costumbre de imponer nombres según los criterios ideológicos de turno, y así nuestras calles se llenaron de rótulos socialistas, comunistas y marxistas. Con todo, se consiguió que el nombre de Gijón sonara como un centro atractivo para el turismo nacional. Ahora se mira con esperanza la gestión del nuevo equipo.

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