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Rosa María Giménez prepara la comida en el antiguo campo de fútbol cerca de Pando. :: M. ROJAS
Oviedo

Los nuevos rostros de la pobreza

Casi la mitad de las 5.144 personas atendidas por Cáritas en 2011 acudían por primera vez a pedir ayuda para comer y alojarse

MARÍA LASTRA oviedo.co@elcomercio.es

Domingo, 2 de septiembre 2012, 11:42

Javier Rodríguez es auxiliar de clínica. Natural de Cantabria, se trasladó a Oviedo hace dos años por amor. Comenzó a trabajar en la Fundación Asturiana de Atención y Protección a Personas con Discapacidades y Dependencias, pero hace aproximadamente un año que está en el paro. Desde entonces engrosa la lista de los más de 93.000 parados con los que cuenta actualmente la región. Sin subsidio de desempleo, su única opción fue Cáritas, donde le ofrecen ayudas para pagar la Cocina Económica y una habitación en la que dormir. Él es solo un ejemplo de las consecuencias de esta crisis, detrás de la que no se esconden cifras. Españoles que han pasado de tener un nivel medio de vida a no llegar a fin de mes. Son los nuevos pobres, una clase social que cada vez cobra más fuerza. Con cerca de cinco millones de personas sin empleo en el país, tener un puesto de trabajo es casi una utopía. Pero la hipoteca, el coche y las facturas siguen estando ahí. Y además, hay que comer. Algo que, cada vez más, es «imposible» para muchos.

Tan solo en Oviedo, Cáritas atendió el año pasado a 5.144 personas. De éstas, 2.059, el 48,77 %, acudieron a este organismo por primera vez, lo que deja una imagen muy gráfica de lo que está suponiendo la situación en este municipio. Adolfo Rivas, director de Cáritas en Asturias, afirma que «estamos en una situación de emergencia social». Además, «mucha de la gente con necesidad no pide ayuda porque siente vergüenza, algo que debe empezar a cambiar». En su opinión, «tenemos que responder como comunidad y prestar una atención digna».

La pobreza tiene un nuevo rostro, «en el que todos podemos entrar». Por norma general, el de personas entre 30 y 40 años con hijos a cargo. Por ello, el programa de familias es, tal y como aseguró hace días a este periódico Esperanza Romero, responsable de la Cocina Económica, donde más se ha notado el incremento de usuarios. Rivas manifiesta que «las familias son las que peor lo están pasando». Como consecuencia, «preocupa y mucho» la situación de los niños, uno de los sectores de la sociedad con más riesgo. Pero basta un simple paseo por los alrededores del comedor social para descubrir todo tipo de historias, cuanto menos sorprendentes.

«Tengo un padre multimillonario mientras yo vengo a comer aquí», reconoce Moncho. Paradojas de la vida, «él guarda tres 'audis' en el garaje y yo intento sobrevivir». Ha sido dos veces subcampeón de Asturias de escanciado de sidra, y «dicen que soy muy buen camarero». Pero desde hace tres años está sin empleo. Por eso, desde hace año y medio «no me queda otra que comer en la Cocina Económica». Pertenece a una familia de joyeros, pero nunca ha sido lo suyo. Pasa el tiempo, como casi todos, buscando trabajo. Vive con su hermana, también en el paro, y luchan por traer de vuelta a su sobrino, ahora en un centro de acogida. Afirma tajante que es feliz trabajando, pero las ofertas no le llegan aunque él no deje de intentarlo.

En Cáritas casos como estos son continuos cada día. Llegan a través de los 28 puntos de acogida existentes en la ciudad, y gracias al trabajo de 260 voluntarios se les ofrecen pequeñas ayudas que para ellos «son vitales». El 55,88 % de los que el año pasado necesitaron de sus servicios fueron mujeres, y el 28,43% tenían una edad comprendida entre los 30 y 39 años. La cifra de jóvenes entre 20 y 30 años también es cada vez mayor, y en 2011 alcanzó ya el 22,55 %. En cuanto al estado civil, el 42, 16 % están casados o conviven como pareja de hecho. Y la mayor parte, el 58,21%, tienen hijos a cargo. En definitiva, personas que antes de la crisis tenían un poder adquisitivo aceptable, a los que la situación económica ha complicado el día a día. Casos que dinamitan la tradicional imagen ligada a la mendicidad: cada vez más, la pobreza se asocia a normalidad. Adolfo Rivas lo sabe bien.

El presidente de Cáritas reconoce que «están llegando a una situación de gran vulnerabilidad personas que nunca antes habían pensado en vivir algo así».

Javier Rodríguez es uno de ellos. Nunca solicitó las ayudas de Cáritas hasta el año pasado. Ahora hace cola en la Cocina Económica, «donde cada vez se observa más gente». Mientras habla llega su hermano Fermín. Hoy comerán juntos. «Nos vemos de vez en cuando y le ayudamos en lo que podemos», pero «todos tenemos bastante con lo nuestro y a veces no hay tiempo para ocuparse de los demás». Sin embargo, los ojos de Javier demuestran que la compañía es algo que le hace falta. La sinceridad con la que cuenta los reveses de su vida lo atestigua. Como él, hay muchos otros.

Adolfo Rivas es consciente de que «el desánimo y la desesperanza son cada vez mayores». «La gente necesita cada vez más de alguien que le acompañe y saber que lo hacen porque les importan». Lo fundamental, en su opinión, es conseguir no llegar a la exclusión, porque después «volver a una situación normalizada es realmente difícil». A ello ayudaría precisamente el que todos tuvieran un techo bajo el que dormir, una de las principales reivindicaciones de los que viven con escasos medios.

José Luis Oliveira pasó ocho años durmiendo en la calle. Ahora ha vuelto a casa de sus padres, pero sabe lo que es pasar la noche a ras de suelo. Conoce a muchos de los que hoy intentan vivir en un antiguo geriátrico de Ventanielles. Normalmente les acaban echando, «pero no debería ser así, podrían acondicionarlo y darle una utilidad». «Estamos en el siglo XXI para tener a la gente tirada en el suelo», dice con una seguridad capaz de convencer a cualquiera. «No hay trabajo ni una vivienda digna y esto se tiene que acabar», reclama.

Rosa María Giménez Silva comparte su opinión. Tiene 53 años y hace poco que se ha quedado viuda. Ahora vive con su hijos de 15 y 22 años en un campo de fútbol abandonado en Pando. Su única compañía es el perro «que nos protege de la llegada de otras gentes». Sabe muy bien lo que quiere: «un techo». «Me da igual la luz o que el agua esté fría o caliente», asegura.

Esperanza Romero también ve éste como el mayor problema del Principado. «Lo que hace falta es que todo el mundo tenga un techo y un lugar donde poder estar».

El Ayuntamiento no es ajeno a esta situación. El pasado 16 de julio firmaba con Cáritas la prórroga de cinco convenios, para los que destinaba 800.000 euros.

El año pasado 2.770 personas recibieron ayuda con estos planes, que tienen como objetivo evitar la exclusión social. El Proyecto Alba, destinado en su mayoría a menores entre 6 y 16 años, el centro de acogida nocturno Calor y Café o el centro de día para personas sin hogar y el albergue Cano Mata son los principales destinatarios de ese dinero. Además, se han entregado 1.550 vales con importes entre 20 y 80 euros para canjear en supermercados por productos de primera necesidad. Todo esto es necesario.

Pero a Adolfo Rivas le cuesta ser optimista: «No vemos la luz al final del túnel ni una solución a corto o medio plazo», pero «entre todos tenemos que intentarlo». Considera que «solo con una actitud distinta podemos cambiar el escenario». Aunque, por ahora, resulte difícil.

La pobreza desgarra a la clase media en el infierno de los nuevos pobres. Personas que deben elegir entre hacer una comida caliente al día o pagar la hipoteca; entre hacer frente a las facturas del coche o comprar el material escolar. La lista crece, mientras a Javier Rodríguez, Moncho o José Luis Oliveira solo les queda hacer cola en la Cocina Económica. Su sueño: «volver a ser algún día alguien normal».

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