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Pablo Dávila, en la Universidad Codarts de Rotterdam. E. C.
«Tengo compañeros de países que ni siquiera sabía que existían»
Asturianos en la diáspora

«Tengo compañeros de países que ni siquiera sabía que existían»

Pablo Dávila se forma como bailarín en la Universidad Codarts de Rotterdam | Se trata de una escuela de artes escénicas internacional a la que pudo acceder tras pasar unas duras pruebas en Barcelona

M. F. ANTUÑA

Sábado, 15 de junio 2019, 04:37

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De casta le viene. Pablo Dávila (Gijón, 1999) nació y creció entre bambalinas, camerinos, ensayos y escenarios, así que su destino solo se podía escribir con arte. Hijo de Carlos Dávila y Laura Iglesia, de Higiénico Papel, la pasión por la escena la tenía en los genes. «Durante toda mi infancia compaginé mis estudios con actividades extraescolares de teatro y danza, y cuando oí hablar del Conservatorio de Danza de Gijón decidí probar suerte en las audiciones». Le aceptaron, allí pasó seis años y descubrió las herramientas del bailarín: «Pasión, disciplina, humildad, generosidad y voluntad muy sólida».

Con ellas, el año pasado acabó sus estudios y surgió la pregunta de cómo seguir la formación. Madrid era una opción, pero un buen día oyó hablar de Codarts y todo cambió. «Es una universidad de artes escénicas reconocida internacionalmente», explica. Parecía también en ese momento un sueño imposible. Investigó, vio que había pruebas de selección en Barcelona y allá se fue. «El día de la audición fue el más agotador y estresante de mi vida, pero a la vez uno de los más inspiradores que he vivido». Pasó la pruebas y allí está, gracias también al apoyo económico de la SGAE, que le ha becado haciendo posible afrontar el desembolso de estudiar y vivir en Holanda.

«Cordats es una escuela cien por cien internacional, tengo compañeros de todo el mundo, desde Australia hasta el Caribe pasando por Taiwán o Uzbekistán. De hecho, tengo compañeros de países que ni siquiera sabía que existían», relata. «Esto me ha abierto la mente y me está dando la oportunidad de conocer distintas costumbres y culturas, lo cual es sumamente enriquecedor».

La energía creativa y la motivación son altísimas en la escuela y la forma de mirar a la cultura es otra en Holanda. «Aquí el dinero destinado a cultura y educación supera con creces el de España, y si hablamos de estudios artísticos la diferencia es tan abismal que raya lo inverosímil».

Eso sí, la batalla de la calidad de vida la gana España. Y, pese a la multiculturalidad y las grandes virtudes de Rotterdam, él elige Gijón, por la vida en la calle, por el ritmo. «Rotterdam es una ciudad muy moderna y dinámica, pero esto también hace que sea fría y sin los típicos edificios y molinos holandeses que uno esperaría ver al llegar». Sí se cumple el tópico de la bicicleta, que está muy bien, pero tiene sus contras. «Aquí se va en bicicleta a todas partes y a todas horas, lo que es maravilloso porque te da mucha libertad y no contamina, pero a la vez llega a ser muy duro cuando tienes que cruzar la ciudad de madrugada mientras llueve y hace un frío terrible».

La fiesta en Holanda no tiene nada que ver tampoco con la española, y, aunque con cierta vergüenza, reconoce que echa de menos el reguetón. «Sé que me arriesgo a sonar estúpido, pero aquí la escena tecno y la cultura rave están muy presentes y cada vez salgo de fiesta añoro poder cantar a grito pelado las letras de Bud Bunny o Daddy Yankee», asegura este chico cuya vida es ahora en inglés, lo que le ha hecho amar también el castellano. «Me he dado cuenta del idioma tan maravilloso que compartimos», dice y, sin temor al reproche de sus nuevos vecinos, lamenta que su lengua no tenga una sonoridad tan bonita como la del español.

Las añoranzas son mútiples, pero tiene una suerte enorme que es capaz de observar. «Estoy inmensamente agradecido por haber nacido en una época en la que la distancia se acorta tan solo con un clic, porque si este año ya ha sido un reto, la incomunicación que experimentaría si no tuviese internet lo habría convertido en un año mucho más difícil de superar». Aún echando de menos cada día a sus padres, es consciente de que la experiencia vale la pena. Que haya aprendido a cocinar «una tortilla de chorizo increíble» es una anécdota para quien sabe que la libertad y la independencia le han forzado a ser resolutivo y organizado. «Esta experiencia me ha hecho encontrar similitudes donde a primera vista solo se ven diferencias, y me ha hecho quererme y valorarme más que nunca».

De momento, se queda en Holanda para seguir formándose. Y puede que su futuro sea continuar por aquellos lares. «Poder dedicarme a la danza en España es uno de mis mayores sueños, pero, siendo realista, no tiene mucho sentido, la danza contemporánea apenas está presente y mucho menos al nivel para el que me estoy formando».

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